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January 2, 2016

Cuando la tierra ya no entra debajo de la alfombra

Abengoa es una multinacional española fundada hace más de 70 años, especializada en el sector de la energía renovable. Durante estos días ha sido  protagonista de unas caídas en la bolsa que alcanzaron el 53%. En efecto, sus problemas de liquidez y sus abultadas deudas han provocado que la empresa se acoja a un pre-concurso de acreedores con el que pretende salvar su pellejo y aferrarse a la vida. 

El panorama, sin embargo, no es nada alentador; las negociaciones con sus acreedores bancarios (Bankia, Caixabank, Crédit Agricole, HSBC, Sabadell, Santander) no parecen llegar a buen puerto, lo que ha paralizado la entrada de capital del Grupo Gestamp, complicando la gran prioridad de la firma ahora mismo, que es hacer frente a sus obligaciones más inmediatas. 

Imagino que muy pocos quisieran estar en el lugar de los directivos de dicha compañía, ya que las presiones y responsabilidades que enfrentan pueden llegar a ser una verdadera pesadilla; solo en la Comunidad Autónoma de Andalucía, emplean a 6.000 trabajadores. 

No hay duda de que en las semanas venideras tendremos información que nos ayudará a entender los factores causaron la caída (¿definitiva?) de un gigante internacional. Al estudiarse estos fenómenos a posteriori, frecuentemente salen a relucir temas como la contabilidad creativa, estrategias de diversificación fallidas, pérdida progresiva de competitividad, acompañada muchas veces de esa dañina soberbia incapaz de hacer mea culpa y de revertir los errores. 

Por eso, no sorprende como quizá debería, que el periódico español, El Mundo, haya publicado una nota sobre un muchacho de 17 años, que en un trabajo escolar realizado el año pasado sobre Abengoa, ya había previsto serios problemas financieros para la multinacional. 

El brillante estudiante afirma que utilizando básicos conocimientos sobre ratios pudo llegar a su conclusión. Además, reconoce que le costaba dar crédito a sus resultados, pues los números eran muy contundentes, haciéndole pensar que podían ser estándares normales para el tipo de industria. 

Lo cierto es que un año después de haber sacado una excelente calificación por su trabajo, ese estudiante de colegio, ahora universitario de primer año de medicina, fue capaz de advertir lo que una reconocida firma de auditoría que cobró 20 millones de euros en tres años de trabajo, no pudo o no quiso señalar. 

No sería la primera vez que reputadas firmas de auditoría ponen en entredicho su prestigio y seriedad profesional. Numerosos son los casos en que amistades y cuantiosas cantidades de dinero nublan la veracidad de las auditorias financieras. No obstante, puede que sí sea la primera vez en demostrarse este tipo de negligencia de una manera tan humillante y vergonzosa. 

Hay una premisa que hace tiempo adopté como propia, y es que de poco sirve el mejor capital intelectual en una organización si se carece de capital moral. 

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