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December 20, 2015

El poder del compromiso

Tengo 23 años, y casi la mitad de mi vida he vivido en un país gobernado por el mismo partido político, que lejos de consolidar una estabilidad basada en valores democráticos y republicanos, ha llevado adelante una agresiva desinstitucionalización de lo poco que había construido. 

He visto cómo se han enfrentado a los bolivianos, he visto cómo se ha manipulado los poderes del Estado que, en teoría, deben ser entes neutrales garantizadores del Estado de Derecho y la Justicia; he visto cómo la inseguridad se ha convertido en una creciente amenaza, y como la corrupción y la intolerancia a las diferencias se han consolidado como prácticas habituales y esperables por parte de quienes deben ser referentes de un comportamiento ético intachable.  

Sería una falta a la verdad afirmar que los previos gobiernos manejaron las cosas de una mejor manera. La útil disciplina de la historia y el conveniente ejercicio de la memoria nos confirman que este país ha estado siempre sometido en el caos, en la inercia, en la corrupción, en el revanchismo y en el hostigamiento a libre-pensadores y adversarios políticos. 

En múltiples ocasiones Bolivia fue gobernada por grandes irresponsables, que por nula visión y escasez de compromiso, provocaron, desde grandes pérdidas territoriales hasta la institucionalización del populismo como práctica política y el fomento de la ignorancia como instrumento para lograrlo. No obstante, gracias a Dios, la sociedad civil siempre ha dado la talla cuando se ha requerido un grito de ¡Basta!! alto y claro. 

En efecto, la lucha por la consecución de la democracia frente a cruentas dictaduras militares, que no dudaron en torturar y matar a tantos idealistas que nos permitieron gozar de un sistema representativo, son un gran ejemplo de que los cambios no caen del cielo, sino que hay que luchar por ellos de forma comprometida. 

Nuestro gobierno contó con 10 años para lograr cambios significativos; tuvo una coyuntura económica inmejorable y un apoyo popular amplísimo para llevar adelante verdaderos mecanismos que castiguen la corrupción y fomenten el respeto a las instituciones y a las regalas del juego. Sin embargo, poco se ha hecho y en muchos aspectos se ha retrocedido. No es justo afirmar que han sido 10 años perdidos porque el tiempo nunca se pierde, las cosas siempre pasan por algo, son consecuencia de dinámicas históricas irreversibles.  

No obstante, 10 años son suficientes para poder ver que las cosas no han cambiado, son suficientes para darse cuenta de que es necesario decir hasta luego y exigir una alternancia que oxigene las instituciones, que fomente políticas verdaderamente sostenibles, que lleve a cabo un manejo más transparente, una reconciliación social verdadera y una recuperación de la confianza del ciudadano en sus instituciones y en sus líderes de turno. 

El poder reside en cada uno de nosotros y en la voluntad de compromiso que seamos capaces de ejercer. En el próximo referéndum vayamos a votar en paz por un país abierto al cambio constante y nunca dispuesto a resignar sus libertades a costa de caprichos personales y partidarios. 

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