El pasado 27 de octubre, El Deber publicó un estudio de Captura
Consulting sobre reputación corporativa. Los representantes de las empresas bien
posicionadas manifestaron satisfacción y orgullo por la respuesta de la gente hacia
sus organizaciones.
Las razones para la alegría eran evidentes, pues existe una
tendencia imparable, tanto en clientes como en trabajadores para exigir marcas
coherentes con sus valores, algo nada fácil de conseguir.
En efecto, existe una cantidad creciente de personas que se interesan
en saber las condiciones de trabajo de los empleados, dónde se adquiere la
materia prima de sus productos, qué tan responsable es la empresa con el medio
ambiente, qué proyectos de responsabilidad social encara, etc., etc. En ese
aspecto juegan un papel fundamental las redes sociales, que permiten a las
personas estar mejor informadas y ser entes activos en el proceso comunicativo
de las empresas.
De igual manera la tendencia es muy fuerte en los mismos empleados,
cuyo grado de motivación muchas veces depende del cómo percibe a la empresa
donde trabaja, de si encuentra un sentido trascendente en su labor, si siente
que es reconocido por sus compañeros y superiores.
Juan Antonio Pérez López, en su libro “Fundamentos de la dirección de
empresas” distingue 3 tipos de motivación. La extrínseca, que corresponde a una
remuneración dineraria justa; la intrínseca, que se refiere a aspectos como la
formación, el desarrollo, reconocimiento
social, y por último, la más compleja; la motivación trascendente, que
corresponde al sentido y propósito que encuentra el empleado en sus funciones
diarias y la compatibilidad entre sus valores y los de la empresa.
Siendo el capital humano un elemento esencial para obtener ventaja
competitiva, la motivación y el compromiso de los trabajadores con la empresa
es crucial para emitir un mensaje consistente hacia los grupos de interés, así
como también para generar eficiencia y capital social o confianza, tanto
interna como externamente.
Bajo esa idea de generar compromiso y lazos de confianza con los grupos
de interés (empleados, clientes, administraciones públicas, etc.), el concepto
de responsabilidad social empresarial ha empezado a jugar un rol protagónico.
Milton Friedman escribió hace poco más de 40 años un resonante artículo
en el NY Times, donde afirma que las empresas en esencia son socialmente responsables
porque generan riqueza y empleo. Por tanto, la única responsabilidad social es
aumentar sus beneficios en el marco de las reglas del juego.
El pensamiento de Friedman es muy claro y lógico. No obstante, puede
tener derivas dañinas, ya que se puede entender el beneficio económico como un
fin en sí mismo. Y, en efecto, convertir el dinero en el fin último de la
actividad empresarial termina minando la confianza, la imagen y, por consiguiente
los resultados económicos de la organización.
Ejemplos abundan, el más reciente es el fraude que realizó Volkswagen a
su software de emisiones. El daño fue dramático, no solo a la imagen y a la confianza
de la corporación, sino también al sector automovilístico. Los descensos en la
bolsa fueron vertiginosos y todavía no se sabe a cabalidad las secuelas que
dejará el traspié.
La imagen corporativa, la confianza, las condiciones laborales, hace
mucho dejaron que dejaron de ser palabras bonitas que adornan portales webs,
folletos y vallas publicitarias. Son cada vez más relevantes para la
consecución de resultados y están demostrando que la empresa no puede ser
manejada y entendida como compartimentos estancos, donde no existe relación
entre sus diversas áreas, sino que son un todo que debe jugar en sintonía
armoniosa para hacer frente a un mercado cada vez más competitivo, con clientes
y empleados hambrientos de coherencia y sentido.
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