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July 31, 2015

El valor social de la fiesta

"Y hoy el noble y el villano, 
el prohombre y el gusano 
bailan y se dan la mano 
sin importarles la facha" 
Joan Manuel Serrat

Después de cuatro años de vivir en la capital de Navarra, Pamplona, me faltaba algo para ser un local más. Efectivamente, ese algo era vivir un San Fermín en carne propia.
No había tenido la oportunidad hasta este año y, sin duda, ha sido una experiencia mágica, surrealista por momentos.

Decenas de cuadras antes de llegar al centro ya se siente un ambiente de fiesta, miles de personas de todas las edades con una sonrisa en el rostro yendo al punto de encuentro y, todos, pero todos, con la misma ropa: pantalón y camiseta blanca con un pañuelo rojo en la mano.

Entre el barullo y la algarabía popular, los gritos y los cánticos, mientras el agua y el vino moja a los celebrantes en una calurosa mañana de julio, era difícil no recordar pasajes de la famosa obra con la que Hemingway se coronó con el nobel de literatura, instituyendo a la fiesta grande de Pamplona en un referente mundial del turismo.

Llegada las 12 del medio día se produce el famoso chupinazo; la marea de gente explota al grito de ¡Viva San Fermín, Gora San Fermín!! Dando rienda suelta a 9 días de fiesta, que aportan a la ciudad la suma de 74 millones de euros. Y, detrás de lo que puede parecer caos, desenfreno y suciedad, hay una organización bestial que vela por el orden, la seguridad y la limpieza constante de la ciudad, tarea difícil -considerando que Pamplona multiplica por cinco sus habitantes-, pero no imposible.

Como todo elemento de identidad, el gran acontecimiento pamplonica se ha visto sometido al cambio. La fiesta que conocemos hoy presenta notorios elementos que difieren de la tradicional fiesta religiosa. Desde el año 1951 se decidió mover la festividad de otoño a verano debido a las inclemencias del tiempo, y coincidiendo con que en julio se celebraban ferias y espectáculos taurinos, terminaron por fusionarse con lo religioso.

Muy probablemente, de no haberse producido este cambio, el apasionado amante de las corridas de toros, Ernesto Hemingway, nunca hubiera escrito su novela y los sanfermines serían una fiesta más de las miles que hay en el país ibérico.

Los nueve días de fiesta tienen atractivos para todas las edades y todos los públicos. Están familias, con padres, abuelos y niños que se emocionan al ver a la comparsa de gigantes y cabezudos (gigantes de cartón y madera que a determinadas horas desfilan por la ciudad). Para los piadosos está la famosa procesión de San Fermín. Para los aficionados a los toros, desde el 7 al 14 de julio se hacen encierros y corridas por las calles del centro, en los cuales siempre hay unos cuantos heridos y, una que otra vez, algún desenlace fatal. Las bandas de música amenizan el ambiente y Pamplona se convierte en la gran anfitriona de gente de todo el mundo haciendo cumplir a cabalidad una única regla: divertirse.

Además del impacto económico que aporta esta famosa fiesta, existe un valor y una utilidad social detrás de ella que es inconmensurable. El hecho de que durante unos días del año, los ciudadanos olviden sus diferencias, sus roles diarios, abandonen los atuendos propios de la rutina y se reúnan con alegría y sin distinciones, hace que se fortalezcan los lazos de ciudadanía generando un valor insospechado al momento de afianzar un sentimiento común de identidad y pertenencia.

El equivalente a este fiesta en mi tierra, Santa Cruz, es el carnaval, que como toda fiesta popular presenta rasgos similares. Sin embargo, la fiesta que yo conocí es una en la que los segmentos de población que se divierten por separado son cada vez mayores, perdiéndose la esencia y la finalidad que debe generar una fiesta grande. A mi juicio, la ciudadanía debe apoderarse de las calles y demostrar que ella y nadie más es la dueña y señora del pueblo.



No hay duda de que la segmentación del carnaval cruceño fue un proceso gradual ocasionado por hechos vandálicos que enlutaron a la ciudad. No obstante, vale la pena luchar por reclamar mayor seguridad y organización en lugar de no hacer frente a los problemas que estarán siempre ahí y serán cada vez mayores. Nunca una solución de fondo es mirar hacia otro lado. 

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