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August 14, 2015

Cursos milagrosos

La Ley General de Derechos y Políticas Lingüísticas, aprobada hace 3 años, señala que todo funcionario público o aspirante a serlo debe aprender al menos dos idiomas oficiales del Estado.
El famoso artículo sigue dando que hablar, pues recientemente venció el plazo para la acreditación de los funcionarios, que al resultar en gran medida un fracaso, se ha ampliado.


Algunos aplauden la normativa alegando como positiva la revitalización de elementos culturales y de identidad. Otros, sin embargo, critican la obligatoriedad de la medida y cuestionan la utilidad de aprender lenguas que afuera de Bolivia (incluso dentro), pesan muy poco o nada a la hora de relacionarse, hacer negocios o estudiar.

Recientemente, el presidente del Senado, José Gonzales, afirmó que él no tuvo tiempo para aprender lenguas nativas, incluso, dijo que sería mejor que los miles de funcionarios del Estado se beneficiaran de otro tipo de formación. Gonzales señaló que antes de matricularse para aprender lenguas nativas, se formará para ser mejor esposo y padre.

Aplaudo que Gonzales no haya tenido reparos en decir que quiere mejorar como esposo y padre, aquello demuestra, que muy probablemente haga un buen papel como tal. Asimismo, comparto la lógica que usó para hacer su declaración. Lo que hizo fue aplicar los sencillos criterios que se usa casi siempre en las empresas para determinar qué formación deben recibir los empleados: la voluntad del trabajador y la utilidad que le reportará a la organización el nuevo conocimiento.

No cabe duda, los empleados públicos requieren otro tipo de formación, antes que volcarse al aprendizaje forzoso de lenguas nativas. Sería de provecho público general que se beneficien de una buena formación en Ética, por ejemplo, pues vendría muy bien al Estado y a sus miembros que deje de existir tanto desvío de fondos, tanta obra inconclusa, tanta licitación favorable para familiares o amigotes; tanta agresión, física y verbal, a la mujer, sin la menor vergüenza ni noción de error.

Pero no hay que engañarse, la corrupción, la violencia hacia la mujer, la intolerancia hacia las diferencias étnicas o políticas, que se ve en algunos funcionarios públicos, no son mas que un pequeñísimo reflejo de una realidad social urgida de nuevos enfoques. Y, es que los grandes cambios en la educación, en la economía, en la forma de hacer instituciones serias, nunca se han realizado con leyes basadas en ideologías que sueñan en pasados idílicos que nunca existieron y proyectadas en un futuro utópico que solo es humo a un precio muy elevado.


Ejemplos existen. Uno de los pilares fundamentales del exitoso sistema educativo finlandés, es el consenso político para lograr participación efectiva de todos los actores en los cambios y no realizar remiendos cada dos por tres que destruyen lo ya construido; aquello otorga una estabilidad propicia para ver los frutos y evaluar resultados alejados de dogmatismos e intereses partidarios. Milagros de estas características, que tanto necesitamos para muchas reformas, se producen solo cuando hay voluntad de cambio real, humildad para aprender de otros y los pies en la tierra.

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