La Ley General de Derechos y
Políticas Lingüísticas, aprobada hace 3 años, señala que todo funcionario
público o aspirante a serlo debe aprender al menos dos idiomas oficiales del
Estado.
El famoso artículo sigue dando que hablar, pues recientemente venció el plazo para la acreditación de los funcionarios, que al resultar en gran medida un fracaso, se ha ampliado.
El famoso artículo sigue dando que hablar, pues recientemente venció el plazo para la acreditación de los funcionarios, que al resultar en gran medida un fracaso, se ha ampliado.
Algunos aplauden la normativa
alegando como positiva la revitalización de elementos culturales y de
identidad. Otros, sin embargo, critican la obligatoriedad de la medida y
cuestionan la utilidad de aprender lenguas que afuera de Bolivia (incluso
dentro), pesan muy poco o nada a la hora de relacionarse, hacer negocios o
estudiar.
Recientemente, el presidente del
Senado, José Gonzales, afirmó que él no tuvo tiempo para aprender lenguas
nativas, incluso, dijo que sería mejor que los miles de funcionarios del Estado
se beneficiaran de otro tipo de formación. Gonzales señaló que antes de
matricularse para aprender lenguas nativas, se formará para ser mejor esposo y
padre.
Aplaudo que Gonzales no haya tenido reparos en decir que
quiere mejorar como esposo y padre, aquello demuestra, que muy probablemente
haga un buen papel como tal. Asimismo, comparto la lógica que usó para hacer su
declaración. Lo que hizo fue aplicar los sencillos criterios que se usa casi siempre
en las empresas para determinar qué formación deben recibir los empleados: la
voluntad del trabajador
y la utilidad que
le reportará a la organización el nuevo conocimiento.
No cabe duda, los empleados
públicos requieren otro tipo de formación, antes que volcarse al aprendizaje
forzoso de lenguas nativas. Sería de provecho público general que se beneficien
de una buena formación en Ética, por ejemplo, pues vendría muy bien al Estado y
a sus miembros que deje de existir tanto desvío de fondos, tanta obra
inconclusa, tanta licitación favorable para familiares o amigotes; tanta agresión,
física y verbal, a
la mujer, sin la
menor vergüenza ni
noción de error.
Pero no hay que engañarse, la
corrupción, la violencia hacia la mujer, la intolerancia hacia las diferencias
étnicas o políticas, que se ve en algunos funcionarios públicos, no son mas que un pequeñísimo
reflejo de una realidad
social urgida de nuevos enfoques. Y, es que los grandes cambios en la
educación, en la economía, en la forma de hacer instituciones serias, nunca se han realizado
con leyes basadas en
ideologías que
sueñan en pasados idílicos que nunca existieron y proyectadas en un futuro utópico que solo es
humo a un precio muy elevado.
Ejemplos existen. Uno de los pilares fundamentales del exitoso
sistema educativo finlandés, es el consenso político para lograr participación efectiva de todos los actores en los
cambios y no realizar remiendos cada dos por tres que destruyen lo ya
construido; aquello otorga una estabilidad propicia para ver los frutos y evaluar resultados
alejados de dogmatismos e intereses partidarios. Milagros de estas
características, que tanto necesitamos para muchas reformas, se producen solo cuando hay voluntad
de cambio real, humildad para aprender de otros y los pies en la tierra.
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