Pasamos gran parte de nuestro día cumpliendo procedimientos lentos y, por ende, costosos.
Algunos son necesarios, otros, no obstante, carecen de sentido práctico y son
hijos de la lógica de la desconfianza. Las legalizaciones de documentos, por
ejemplo, constan de un largo circuito de reconocimientos de firmas que podría
evitarse con una simple llamada a la organización expedidora del mismo.
El sociólogo
Alejandro Navas afirma que el fantasma de la desconfianza no solo abarca el
ámbito político, sino que también ha atacado lo que antes eran firmes bastiones
de la confianza: la medicina, la enseñanza, incluso la vida familiar.
El mundo
empresarial no es una excepción, según la revista El Economista en su edición
del 06/09/2011, 6 de cada 10 empleados no confía en su jefe y 4 de cada 10
tampoco en sus compañeros. Lo peligroso de aquella realidad es que la base de
la creatividad y la innovación, elementos claves para el éxito empresarial, es
precisamente la confianza. Por eso, uno de los mayores retos a los que se
enfrentan las organizaciones para conseguir mejor ambiente de trabajo y mayor
eficiencia, es confiar y eliminar mecanismos de control innecesarios: relojes
que controlan entrada y salida de la fuente laboral (como si calentar el
asiento fuera prueba de eficiencia), reportes que nadie lee, reuniones
informativas excesivamente largas, etc.
No es casualidad
que los emprendedores contemporáneos más exitosos son quienes basan el modelo
de su negocio en la confianza. La herramienta financiera de traspaso de fondos
Hawala, menos costosa y menos burocrática que las entidades financieras clásicas,
ya logra mover cientos de millones al año. El Crowdfunding, cuenta ya con
varias plataformas donde los emprendedores venden su idea y consiguen
financiación de miles de desconocidos, que simplemente confían en ellos,
haciendo realidad numerosos proyectos millonarios. Qué más confianza puede
haber que abrir las puertas de tu hogar a un extraño, y es que Couchsurfing es
una plataforma donde se intercambia hospitalidad y ya está presente en miles de
ciudades.
Pero no solo se
puede apreciar el valor de la confianza en novedades que nos traen las TICS y
la economía colaborativa. Ya teníamos ejemplos maravillosos previos a este boom.
El sistema de transporte urbano en países como Alemania o Austria es una
muestra de aquello. No existe ningún tipo de control para el acceso al metro o
autobús; únicamente está la revisión de un funcionario vestido de civil en
ocasiones muy puntuales. No con poca razón, Navas afirma que la confianza ciega
es imprudente, pues confianza y control se implican mutuamente. “Trust but
verify” decía también el carismático Ronald Reagan.
Qué duda cabe,
la manera más sensata de combatir el fraude es hacerlo como una excepción a la
regla y no como una conducta esperable. Desconfiar, pues, es un lujo caro que
cada vez menos organizaciones se lo pueden permitir en un mundo interconectado,
veloz y competitivo. El filósofo alemán Robert Spaemann acierta al decir que
“la confianza ahorra tiempo y con ello dinero. Seguros, controles,
comprobaciones, cuestan dinero. La confianza significa velocidad y por eso los
costes de la desconfianza por la pérdida de tiempo deben ponderarse en relación
con el posible aumento de seguridad”.
Navas escribe
con un sentido común abrumador que la confianza es natural en los seres
humanos, que no nacemos siendo cínicos y que muchas conductas heroicas tienen
su origen en la confianza. En la misma línea, pero yendo todavía más lejos, el
filósofo Juan Fernando Sellés afirma que la confianza está en el corazón humano
y se debe confiar en todas las personas. “Si esto se lleva a cabo, las personas
rectas se entregan más, y las que no lo son tienen la puerta abierta a serlo”.
Confiar, en
definitiva, no es un camino fácil, pero nos da las bases para tener una
economía y una sociedad más libre y dinámica, donde se cree relaciones duraderas,
donde la palabra se cumpla y la picardía sea realmente aborrecida, no admirada.
Donde se construyan puentes, no muros.
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