Bolivia ocupa el primer lugar por
violencia de género en Latinoamérica. Según la ONU en 2013 7 de cada 10 mujeres
sufrieron violencia física y según el Instituto Nacional de Estadística el 87%
de las mujeres del país sufren algún tipo de violencia. Y, como es
lógico suponer, la impunidad relacionada a este delito es preocupantemente
alta.
Diariamente somos testigos de
todo tipo de violencia hacia la mujer y hacer distinciones socioeconómicas es
algo que carece de sentido. El abusar y humillar al sexo femenino está tan
arraigado en nuestra cultura que, incluso en ocasiones, hay quienes no logran
distinguir si hay o no hay violencia o acoso.
Tal caso es el del alcalde
cruceño Percy Fernández, cuyo desubicado proceder ante una periodista no
sorprendió a nadie, fundamentalmente porque no es la primera ocasión que sucede
y también porque, cabalmente, hay quienes consideran que aquel suceso no es
algo reprochable, sino tan solo un acto bellaco más del burgomaestre.
Asimismo, es un tanto preocupante
que dicha autoridad pida disculpas, en primera instancia delegando parte de la
culpa a los periodistas por hacer “escándalo mediático” y, en segunda
instancia, mediante un video, afirmando creer que no cometió una falta a la
dignidad y el honor de la periodista.
Lo más cabal que pudo hacer el
alcalde era asumir toda la culpa y retractarse sin poner excusas, pero no lo
hizo, y demostró lo vigente que está la forma improvisada de hacer política,
dejó claro que el razonamiento del “le meto nomás” es algo interiorizado en la
clase dirigente, que debiera estar compuesta por intachables referentes morales
para el colectivo y no por gente que no asume la responsabilidad de sus actos.
Está claro que cualquiera puede
equivocarse; pedir disculpas sinceras y, más aún, perdonar sinceramente, son
una de las características más nobles que tiene el ser humano. El problema
radica cuando el oprobio es reincidente; en tal caso la disculpa pierde valor,
porque el infractor se ha encargado de devaluarla. La mejor disculpa es cambiar
de actitud y comportarse con la altura que el cargo le exige.
El lastre social que supone la
violencia de género se lo combate con educación, y la mejor manera de educar,
qué duda cabe, es con el ejemplo. Ya estuvo bueno de manoseos.
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