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February 28, 2014

Contra los terribles simplificadores de la realidad


En 1870 Jacob Burckhardt publicó su célebre obra titulada “La crisis de la historia”. En ella advirtió, con pesimismo, que la nueva cultura de masas estaba provocando una peligrosa tendencia a la simplificación de la realidad.
Los matices empezaban a resultar incomprensibles en los nuevos esquemas de pensamiento; la mayoría iba imponiendo sus gustos y criterios, provocando una feroz despersonalización de los ciudadanos.


El autor señaló que en un futuro no muy lejano, socialismo y estatismo se unirían para acabar con la libertad y, los súbditos sometidos, convertidos en hombres-masa, buscarían la salvación en caudillos mesiánicos. Aquellos líderes del siglo venidero –auguró Burckhardt– serían terribles simplificadores de la realidad y usarían a las masas uniformadas como telón de fondo para los totalitarismos.

La obra de Burckhardt es una pieza verdaderamente profética que alcanza incluso nuestros días. En las grandes guerras del siglo XX, la publicidad aprovechó esa mentalidad generalizadora para ensalzar el odio entre grupos étnicos y entre opciones políticas, provocando las más cruentas atrocidades que la humanidad pudo cometer. Y, hoy, sin duda, los discursos sin contenido, cargados de violencia y de generalización siguen a la orden del día, encendiendo pasiones que conducen a países enteros a la polarización y al abismo.

Tal es el caso venezolano, cuyos gobernantes no hacen más que manipular conceptos como fascismo, burguesía e imperio para ocultar problemas complejos, como el caos económico, la inseguridad ciudadana, la escasez de productos y de oportunidades; les resulta más fácil vaciar de contenido a las palabras y llenar de odio a los corazones.

Así pues, bajo esa lógica simplificadora, los estudiantes venezolanos son fascistas violentos, pero no mencionan que sus únicas armas son pancartas, redes sociales y energía para cambiar el desastre que están heredando. Son violentos que, paradójicamente, ponen los muertos, ponen los torturados y la angustiosa impotencia que provoca la represión y los oídos sordos.

Son muchos los que han despertado contra los terribles simplificadores de nuestro tiempo. En la medida en que esa lucha se mantenga en la senda del discurso unificador y pacífico, pero firme, no habrá tirano que pueda detenerla. 

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