Traidores me echan veneno
y yo les echo valor.
Si me matan, bueno:
si vivo, mejor. (Miguel Hernández)
Zvonko Matkovic Fleig, es uno de
los muchos acosados por una maquinaria judicial jacobina, que no disimula odio,
soberbia, prepotencia, ni su apego a la línea política gobernante.
A pesar del sombrío panorama, decidió armarse de valor y hablar, decidió no callar más tanta canallada e injusticia a la que están sometidas casi medio centenar de personas, entre ellas su propio hijo, desde hace más de cuatro años.
A pesar del sombrío panorama, decidió armarse de valor y hablar, decidió no callar más tanta canallada e injusticia a la que están sometidas casi medio centenar de personas, entre ellas su propio hijo, desde hace más de cuatro años.
Ya vamos casi un lustro de
persecuciones, de confabulaciones, de espectáculo de circo, y lo único que
tenemos son más dudas sobre las ejecuciones de aquellos extranjeros en el Hotel
Las Américas y sobre los audios que develan una súper estructura extorsiva y
maquiavélica que llega hasta las más altas esferas del poder.
El principal esbirro del caso que
se dedicó a enriquecerse y no a hacer justicia, ahora no da la cara, y mediante
terceras personas ruega silencio y ofrece devolver metálico. Pero hay alguien
que ya decidió no temerle, alguien que decidió levantar la voz y pedir verdad y
justicia.
Sosa sabe mucho y ha hecho mucho
daño; sería verdaderamente sano para las instituciones plurinacionales, tan
prostituidas, que se deje de protegerlo y se ponga punto final al episodio más
vergonzoso de la historia judicial de este pobre y maltrecho país, que al igual
que en tiempos republicanos, malvive lleno de contradicciones, de complejos, de
hipocresías y dominado por una mentalidad extraordinariamente corrupta.
El país cada vez huele peor, y si
bien, de momento, las distracciones millonarias logran disimular la podredumbre
moral en la que estamos prisioneros, tarde o temprano habrá un estallido que pedirá
cuentas, y no existirá espectáculo que pueda evitar los cuestionamientos a
tanto sinsentido.
La necesidad de que haya más
valientes que digan basta es imperativa, porque lejos de tener un Imperio de la
Ley que garantice principios básicos de protección al individuo, como la
presunción de inocencia, tenemos una gran fábrica de patético nacionalismo,
basado en odios y mentiras. Roguemos que cada vez más personas entiendan, como
canta Joaquín, que ser cobarde no vale la pena.
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