Desde la caída del régimen de Evo Morales estamos viviendo un
proceso lento y doloroso, pero muy necesario, de regeneración democrática y
transición hacia la institucionalidad. Lento porque no se construye país de un
día para otro, peor aún luego de 14 años de destrucción. Y doloroso, porque
mientras se construye debemos aprender a convivir con la incertidumbre propia
de la lucha democrática, que no abarca solamente llevar adelante un proceso
eleccionario transparente y justo, sino también enfrentar amenazas cobardes
como las de armar milicias o provocar división y ansiedad en la sociedad civil
con desinformación y malas intenciones.
Desde la incertidumbre que generó el vacío de poder de
noviembre hasta la consolidación de un gobierno de transición que, con sus
limitaciones, ha podido lograr su acometida de generar estabilidad y paz, han
sucedido muchas cosas, como la conformación de nuevas alianzas, la desintegración
de otras y el giro total en materia de prioridades; dejamos de luchar por sacar
a un gobierno nefasto para luchar por la implementación de nuevos valores en la
administración del Estado (libertad de expresión, respeto a las diferencias,
transparencia, profesionalismo, etc.).
Sin duda, esos valores que se encuentran en total abandono y
empolvados por más de una década de abusos, no van a ser fáciles de poner
operativos. Somos en esencia un país plural y complejo, por lo cual, nos vamos
a tener que ir acostumbrando, de a poco, a tener gobiernos de coalición, un
parlamento más plural y, sin duda, nuevos y más jóvenes políticos que se
ganaron un espacio en la lucha de los 21 días. Estos últimos, con sus acciones
y decisiones verán reflejado en las urnas, el poder que la gente les va confiar
para los próximos 5 años.
Tristemente, la salida del anterior gobierno, lejos de
ahuyentar los argumentos sobre el voto útil y las ínfulas de superioridad moral
respecto a quién debe ir de candidato, han ido en aumento, rayando en la
agresividad en todos los frentes en contienda. Sin embargo, lo que deben
entender los políticos y sus seguidores es que, la verdadera dispersión del
voto, el verdadero enemigo de la democracia y verdadero riesgo de que vuelva el
MAS al poder, se incuba en la intolerancia hacia otras opiniones y otros
candidatos.
Mientras menos argumentos levantemos en favor de un plan de
gobierno y de unos ideales, y más agresividad injustificada esgrimamos contra
nuestro adversario, las diferencias se volverán irreconciliables y provocará
una verdadera dispersión del voto cuando después del 3 de mayo, los políticos
sean incapaces de llegar a consensos y de tejer alianzas gracias a orgullos
mancillados por guerra sucia, insultos y descalificaciones.
Hay un hecho evidente y es que Bolivia probablemente nunca
sea un país bipartidista. Puede ser una perogrullada, pero aceptarlo nos va
permitir ver con más claridad que el objetivo grande es recuperar el país y que
para hacerlo hay que conciliar intereses luego de una lucha basada en
argumentos; sobre ideas de gobierno, economía, salud, educación. Después y no
antes, con respeto y no con agresividad, las diferencias se podrán volverán más
difusas y la gobernabilidad se garantizará por sí misma.
La violencia que provoca creernos dueños de la verdad, solo
nos va hacer perder la fe y la ilusión que tanto costó volver a recuperar, no
dejemos que eso pase. Evitar que se enrarezca el ambiente y que reine el
pesimismo puede ser tarea de todos. Dicha tarea se puede volver fácil solo
recordando cómo estábamos hace 6 meses.
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