Hace
poco más de un año escribí un artículo “Sueños de Libertad”. El título lo dice
todo: no eran más que sueños. Sueños de que para las elecciones de 2019 se cierre
un círculo de vicioso de 14 años de despilfarro. Dicho sueño no se cumplió,
pues tuvimos unas elecciones desabridas, con poco o nulo debate, con medios
autocensurados, candidatos peleando en desigualdad de condiciones, con
electores cuyas decisiones se tenían que resignar a moverse en el cómodo eje
del “voto útil” (Mesa) o “voto duro” (Morales) y, por último, con una
manipulación grotesca de los resultados.
Hasta
hace muy poco tiempo había un panorama realmente desolador. Mientras nuestros
bosques se incendiaban y los gobernantes se creían autosuficientes para hacerle
frente al fuego sin pedir ayuda internacional, también se consolidaba una
dictadura, que día a día se superaba a sí misma en su incapacidad para
administrar el país y dejaba a su paso un tufo de soberbia que resultaba
insoportable de aguantar.
Mirar
con esperanza el futuro era una tarea realmente difícil, por no decir
imposible. Los gobernantes de turno habían olvidado, a punta de golpes
cobardes, la alternancia de poder (21F), la rendición de cuentas (corrupción
descarada) y el pensamiento plural (exiliados, perseguidos y encarcelados).
Han
pasado un par de meses desde los 21 días de intensas protestas, que fueron
reflejo de un hartazgo acumulado por 14 años de abuso. En esos 21 días
finalmente se había hecho realidad el sueño de libertad. Sin embargo, seguimos
sin asimilar que la etapa “sueño” ya ha terminado y que estamos ante un momento
histórico, en el que nuestras decisiones marcarán la hoja de ruta de nuestra
anhelada salida del lastre del nacional-populismo.
Sin
duda, es necesario despertar de este hermoso sueño que nos tiene llenos de
esperanza y empezar a actuar con cabeza fría, con responsabilidad y con
patriotismo por nuestro futuro. Es fundamental que contemos con un proceso
electoral rico en propuestas, en debate y en convicciones claras, pero enmarcadas
en respeto y predisposición para el consenso. De esa forma, se van a sentar las
bases institucionales y republicanas de un país con poderes independientes y
firmes para actuar ante cualquier nueva amenaza antidemocrática.
Si
algo aprendimos los 21 días de protestas, es a despojarnos de la mentalidad del
caudillo mesiánico. Nadie tenía que venir a salvarnos, ni a conquistarnos. La
ciudadanía organizada, con roles individuales, diversos y espontáneos, fue la
encargada de hacer posible lo que parecía tan difícil y lejano. Ese hecho, sin
duda, marca un hito que perdurará en la historia y que quedará impreso en la
consciencia de cualquiera que ose a subestimar nuestra fuerza cívica y
convicción democrática.
Asimismo,
debemos volver a confiar en nuestras autoridades e instituciones y a su vez
reconstruirlas: las fuerzas del orden se portaron de una manera ejemplar y es
nuestro deber ayudarlas a que puedan seguir siendo ese soporte clave de la
armonía y la convivencia. El sueño fue hermoso, pero ya pasó. Ahora toca,
despertar, levantarse, sincerarse con la realidad, actuar y exigir que se actúe
con mucha cordura y esperanza, porque todo puede ser mejor. Ser optimista nunca
había sido tan fácil.
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