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August 13, 2019

Camba viejo no aprende a rezar


Hace pocos días en el asilo de ancianos, vi un grupo de personas rezando el rosario. Parecía un episodio normal en la vida de esa gente, cuyos últimos meses o años pasan, con seguridad, a ritmo lento y en soledad. No obstante, a mí me llamó la atención un señor que cuando le tocaba liderar el Ave María lo rezaba al revés. Era algo así como: “Santa María, Dios te salve, ruega por nosotros, bendito es el fruto de tu vientre…”. 

Algunos de sus compañeros, se miraban sonrientes y cómplices percatándose del error, otros no se daban cuenta. Lo cierto es que a mí me causó mucha simpatía el hombre, porque hacía su oración más fuerte y, moviendo las piernas como si aguantara las ganas de orinar, pedía que lo dejen continuar y que lo ayuden: “déjenme, déjenme hacerlo, me estoy olvidando”, y remataba: “ayúdenme, me estoy olvidando”. Su oración se rectificaba con la ayuda burlesca pero cariñosa de sus amigos, pero otra vez caía en los mismos errores de memoria, que provocaban nuevos pedidos de ayuda, con real y conmovedora angustia. 

No voy a entrar a hablar sobre lo triste que puede llegar a ser la vejez, ni lo abandonados que están los ancianos de nuestros asilos, sino más bien, quiero dedicar unas líneas a hablar de la oración más hermosa que he escuchado jamás, ya que ese anciano que rezaba al revés, recitaba un himno a la persistencia y a la humildad: no se rindió nunca y en la angustia que le provocaba escuchar sus errores, clamaba sin ninguna vergüenza por ayuda. 

Las personas, en todas las edades y por más lúcidas que podamos estar, por más habilidades que tengamos desarrolladas, contamos con muchos tipos de limitación, que no hay que ocultar, sino más bien señalar para pedir ayuda. Creo firmemente que quienes se rodean de un buen círculo de personas, son los que inteligentemente logran grandes resultados y vencen las limitaciones propias y ajenas. Por varios días pensé en el anciano que rezaba al revés y lo ponía como tema de charla, porque creo que es un gran ejemplo de lo que se debe hacer: despojarse de la vergüenza, del orgullo y de los complejos, pedir ayuda y tomarse con calma y humor los defectos. 

Esa oración desestructurada y mal hecha fue, sin duda, la mejor que he escuchado; pero no por pena, sino más bien porque quien lo hacía derrochaba entrega, energía y actitud de querer hacer un buen trabajo, que al final es lo que importa. 

En definitiva, es imperativo normalizar el fracaso e incluso aplaudirlo cuando las personas se caen destilando pasión y actitud, porque más temprano que tarde terminan labrando cosas extraordinarias. Artistas, empresarios, deportistas, investigadores que ahora son reconocidos, antes de ser creadores de hermosas obras, fueron fracasados apasionados, que al igual que el anciano que rezaba al revés, supieron ser lo suficientemente inteligentes, para encontrar ayuda y persistir hasta generar verdaderos homenajes a la belleza, al progreso y a la astucia humana. 

Al final del día, no importa si, como dice el refrán, el camba viejo no aprende a rezar. Lo que importa es que ese camba (carpintero, mecánico, empresario, profesor o médico) haya dejado todo en la cancha. Eso bastará para haber hecho de su vida un poema a la alegría del esfuerzo y del trabajo bien hecho, que termina convirtiéndose en un legado, digamos que equivalente a la oración más linda del mundo. 


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