Hace pocos
días en el asilo de ancianos, vi un grupo de personas rezando el rosario.
Parecía un episodio normal en la vida de esa gente, cuyos últimos meses o años
pasan, con seguridad, a ritmo lento y en soledad. No obstante, a mí me llamó la
atención un señor que cuando le tocaba liderar el Ave María lo rezaba al revés.
Era algo así como: “Santa María, Dios te salve, ruega por nosotros, bendito es
el fruto de tu vientre…”.
Algunos de
sus compañeros, se miraban sonrientes y cómplices percatándose del error, otros
no se daban cuenta. Lo cierto es que a mí me causó mucha simpatía el hombre,
porque hacía su oración más fuerte y, moviendo las piernas como si aguantara las
ganas de orinar, pedía que lo dejen continuar y que lo ayuden: “déjenme,
déjenme hacerlo, me estoy olvidando”, y remataba: “ayúdenme, me estoy
olvidando”. Su oración se rectificaba con la ayuda burlesca pero cariñosa de
sus amigos, pero otra vez caía en los mismos errores de memoria, que provocaban
nuevos pedidos de ayuda, con real y conmovedora angustia.
No voy a
entrar a hablar sobre lo triste que puede llegar a ser la vejez, ni lo
abandonados que están los ancianos de nuestros asilos, sino más bien, quiero
dedicar unas líneas a hablar de la oración más hermosa que he escuchado jamás,
ya que ese anciano que rezaba al revés, recitaba un himno a la persistencia y a
la humildad: no se rindió nunca y en la angustia que le provocaba escuchar sus
errores, clamaba sin ninguna vergüenza por ayuda.
Las personas,
en todas las edades y por más lúcidas que podamos estar, por más habilidades
que tengamos desarrolladas, contamos con muchos tipos de limitación, que no hay
que ocultar, sino más bien señalar para pedir ayuda. Creo firmemente que
quienes se rodean de un buen círculo de personas, son los que inteligentemente
logran grandes resultados y vencen las limitaciones propias y ajenas. Por
varios días pensé en el anciano que rezaba al revés y lo ponía como tema de charla,
porque creo que es un gran ejemplo de lo que se debe hacer: despojarse de la
vergüenza, del orgullo y de los complejos, pedir ayuda y tomarse con calma y
humor los defectos.
Esa oración
desestructurada y mal hecha fue, sin duda, la mejor que he escuchado; pero no
por pena, sino más bien porque quien lo hacía derrochaba entrega, energía y
actitud de querer hacer un buen trabajo, que al final es lo que importa.
En
definitiva, es imperativo normalizar el fracaso e incluso aplaudirlo cuando las
personas se caen destilando pasión y actitud, porque más temprano que tarde
terminan labrando cosas extraordinarias. Artistas, empresarios, deportistas,
investigadores que ahora son reconocidos, antes de ser creadores de hermosas
obras, fueron fracasados apasionados, que al igual que el anciano que rezaba al
revés, supieron ser lo suficientemente inteligentes, para encontrar ayuda y persistir
hasta generar verdaderos homenajes a la belleza, al progreso y a la astucia
humana.
Al final del
día, no importa si, como dice el refrán, el camba viejo no aprende a rezar. Lo
que importa es que ese camba (carpintero, mecánico, empresario, profesor o
médico) haya dejado todo en la cancha. Eso bastará para haber hecho de su vida
un poema a la alegría del esfuerzo y del trabajo bien hecho, que termina
convirtiéndose en un legado, digamos que equivalente a la oración más linda del
mundo.
No comments:
Post a Comment