Recientemente entré a quirófano para que el
dermatólogo me retire 3 lunares. Soy un tipo nervioso en todo lo referente a
temas médicos, entonces como mecanismo natural para olvidar los nervios me puse
en modo charla. Conversé con el doctor sobre varios temas mientras me operaba.
Una de las preguntas que le hice fue cómo
eligió la especialidad de dermatología. Me comentó que inicialmente le atraía
la pediatría, pero que en sus años de internado se dio cuenta que sus colegas
no vivían de forma tranquila, fundamentalmente, debido a procesos legales que
tenían que enfrentar con relativa frecuencia. De igual forma, exploró y vio en
la dermatología oportunidades y avances que inclinaron su decisión. En pocas
palabras: tranquilidad, remuneración justa y, obviamente, inquietud
profesional, determinaron su decisión.
Si uno analiza, el razonamiento del doctor es
muy lógico. No obstante, la variable “tranquilidad” en la ecuación pondera más
de lo normal. Es decir, cualquier persona en este país debería tener la
suficiente certeza de que su profesión no implica riesgos para su salud mental
y su libertad. En nuestras labores profesionales, ya sea como médico, carpintero,
maestro, bancario, chofer, mecánico, todos tenemos que sentirnos plenamente seguros
de que nuestro trabajo está protegido por el Imperio de la Ley y por procesos
transparentes y justos en caso de necesitar ser sometidos a auditorías o demandas.
No cabe duda de que algunas profesiones
implican mayores riesgos o responsabilidades: un carpintero que elabora una
mesa no tiene la misma responsabilidad que un médico que trata a un niño enfermo.
Un Carpintero cuyo ayudante puede perder el dedo no tiene la misma presión que
un médico cuyo paciente puede perder la vida.
Sin embargo, tanto el carpintero como el médico
deben sentirse protegidos por el Estado y sus instituciones a la hora de rendir
cuentas y, ambos, deben tener garantías de contar con procesos justos,
transparentes y ágiles a la hora de someterse a la justicia, lo cual implica,
entre otras cosas, defenderse en libertad y contar con presunción de inocencia.
En nuestro sistema penitenciario existen miles
de individuos sufriendo las consecuencias de actos que probablemente no han
cometido y que, debido a la perenne crisis de nuestra justicia, no pueden
defenderse en libertad bajo el muy malentendido principio de la detención
preventiva.
Vivimos en un país donde todos somos o vamos a
ser culpables de algo, y eso demuestra el arraigo que tiene la desconfianza en
nuestros esquemas mentales, condenándonos a tener instituciones públicas y
privadas sin visión, mediocres e ineficientes; muchas veces con procesos de
atención o servicios que, contradictoriamente, marcan un camino asfaltado a la
extorsión, a la coima, al mercado negro y a la irregularidad. Nos condenamos a
tener lazos sociales de confianza y de servicio real solo con la tribu, que no
es más que la familia, los amigos cercanos y pare de contar, porque incluso
esta lista ya se hace generosa.
Pero podemos aprovechar las incongruencias de
nuestros administradores de justicia, líderes políticos, empresarios y también las
nuestras, para exigirnos y exigir una verdadera revolución moral que cambie los
esquemas de razonamiento actuales, con los que enterramos muchas veces de forma
arbitraria e injusta a personas, y con ellas, sus sueños y familias.
Donde vayamos, demandemos buenos servicios,
procesos claros, critiquemos lo ilógico y lo torcido; si no entendemos
preguntemos por qué y demandemos que la respuesta tenga sentido. Solo así es
posible marcar una hoja de ruta hacia instituciones que brinden servicios de
calidad, que no parezcan favores; hacia procesos judiciales limpios, basados en
la ley y la jurisprudencia y no en el dinero y la picaresca. En definitiva, hacia
un ecosistema donde haya menos razones para juzgar sin fundamentos y donde haya
más razones para confiar y construir cimientos sólidos de progreso.
No comments:
Post a Comment