Francis Fukuyama, en un capítulo de
su libro “Confianza: las virtudes sociales y la capacidad de generar
prosperidad”, habla sobre la dificultad de los franceses para la asociación
espontánea y para la creación de grupos intermedios entre la Familia y el
Estado, y apunta a dichos factores como la razón de su atraso respecto a países
como Inglaterra y Alemania, en cuanto a la capacidad de innovar y generar nueva
riqueza. En efecto, Francia demoró mucho más en realizar la transición del modelo de
empresa familiar al de corporación con una conducción gerencial profesional, que
implica la confianza en ajenos al lazo de sangre.
Alexis Tocqueville señala en su obra
“The Old Regime and the French Revolution”, que las numerosas divisiones de
clases y minúsculas jerarquías dentro de cada clase, impedía que la gente se
asocie espontáneamente y pueda trabajar en conjunto por intereses comunes. Esa
incapacidad de trabajar en aras de intereses comunes, se da de igual forma en
las relaciones laborales, en las cuales prevalece un formalismo que lleva a
sindicatos y empresarios a no llegar a acuerdos directos entre las partes, y
derivar el problema al gobierno central.
Fukuyama indica que ese rechazo a
una interacción “cara a cara” e informal reduce las posibilidades de realizar
ajustes pragmáticos, crea bloqueos y genera una ausencia de retroalimentación
entre las partes, haciendo que prevalezca una política de rutina sumisa a una
autoridad fuerte y centralizada.
La sociedad y economía francesa,
marcada por siglos de estructuras centralizadas y jerárquicas, de monarquías
absolutas, de vastos imperios y múltiples formas de incidir en la actividad
económica mediante el Estado, determinó parte de esa dificultad social para
generar grupos intermedios espontáneos; aspecto que va cambiando lentamente con
la integración europea, la globalización de la economía y la proliferación de
las comunicaciones.
Nuestra sociedad, la cruceña, al
contrario de la sociedad francesa, ha sido marcada por una ausencia o abandono
de Gobierno, sea local o nacional; bien por negligencia, por falta de recursos
o por incapacidad (no compete discutir esto ahora). Aquel abandono y
aislamiento, fue lentamente superado, igualmente gracias a las comunicaciones,
a la globalización; pero también, gracias a una forma de ser asociativa. El
contexto cruceño de aislamiento marcó una forma de ser que permite al ciudadano
asociarse de manera informal y generar grupos intermedios entre la Familia y el
Estado, con una facilidad sui generis.
Los gremios, colegios profesionales,
asociaciones culturales, fraternidades, comparsas, kermeses solidarias,
cooperativas, grupos filantrópicos, etc., etc., no son, por supuesto, un
invento local y proliferan por todo el mundo, pero fueron y siguen siendo formas
de organización social especialmente aprovechadas por los habitantes de esta
tierra para hacer frente a una realidad de pobreza y de falta de oportunidades,
que no podría superarse sin generar grupos de asociación espontánea y libre.
Como sociedad contamos con numerosos
fallos y vicios a los que no debemos temer enfrentarnos, porque eso implicaría
estancamiento y decadencia, pero hay que tener claro que la facilidad para asociarse
espontáneamente es una de las mayores y más codiciadas virtudes sociales que
dan paso a la prosperidad y la cohesión.
Estas formas organizativas se usan para
el jolgorio (totalmente válido, es parte de la vida) y hasta para la consecución
del poder, pero son especialmente explotadas para la solidaridad, la pelea de
los intereses comunes y el estrechamiento de vínculos sociales que trascienden
las fronteras familiares y generan comunidad y deseo de pertenencia.
Benditos los pueblos que por sus
propios derroteros gozan de facilidad para asociarse espontáneamente, porque
aprenden que la prosperidad se encuentra buscándola en conjunto, no esperando
sentado a que llegue de la mano de alguna revolución gatopardiana o ser divino
omnipotente.
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