Este año se cumplió un siglo del sangriento levantamiento de pascuas
que dio lugar al inicio de la independencia irlandesa. Durante las primeras
décadas del siglo XX la mayoría de la población no compartía la idea de una
independencia total respecto del Reino Unido. La lógica era muy simple, ser
parte del imperio británico daba cierta estabilidad y siendo la economía
irlandesa tan frágil, no se podían imaginar la idea de subsistir independientemente.
Sin embargo, alrededor de una veintena de jóvenes soñadores coordinaban escaramuzas y levantamientos que sacaba de quicio al orden imperante. Con recursos humanos y materiales muy limitados conseguían emocionar a miles de conciudadanos que empezaban a verse separados de un imperio que los trataba como patio trasero.
En ese momento, el imperio británico no estaba para juegos, pues en plena
Guerra Mundial dejar en evidencia los síntomas de debilidad y la escasa
cohesión que padecían podía significar un problema logístico y simbólico muy
grave para la contienda. Por tanto, fueron sin piedad contra esos rebeldes que,
de a poco, iban enalteciendo a minorías cada vez más numerosas, conmovidas por el
desprendimiento y la entereza con la que se luchaba.
Mientras los británicos se volcaban con toda su brutalidad contra los
irlandeses, contrariamente a una predecible pacificación forzosa, la gente
común empezó a inclinarse por el bando más débil, pues despertaba simpatía el
sufrimiento que padecían a causa de una lucha en total desigualdad de
condiciones. Así pues, a muchos encerraron y fusilaron. Fueron muchas las
muertes absurdas, las vidas truncadas y las familias destruidas. Una de las
muertes más simbólicas fue la de James Connolly, quien estando enfermo, fue
fusilado amarrado a una silla porque ya no podía mantenerse de pie.
La leyenda que se creó en torno a la muerte de Connolly fue que estando
de espalda a sus ejecutores, listo para recibir el plomo, él mismo pidió que lo
pongan de frente, porque quería verle las caras a sus verdugos. Esa historia se
propagó por la isla encendiendo aún más los ánimos de miles de ciudadanos que
todavía seguían neutrales y atemorizados. La fuerza moral y la mística que esos
soñadores destilaban era tan arrolladora y contagiosa que lograron imponer sus
ideales por encima de la fuerza bruta de uno de los imperios navales y
militares más poderosos que ha visto el mundo.
Hoy, un siglo después, salvando las distancias y diferencias, en el
corazón de Sudamérica, existe más de una treintena de personas privadas de
libertad, ya sea en cárceles o en el exilio, acusadas de crímenes que no
cometieron. Muchos de ellos están con una salud física y económica deteriorada;
no se les permite defenderse en libertad y están desde hace 7 años encerrados o
perseguidos sin pruebas en su contra y sin sentencia.
Ese abuso sistemático, desproporcionado e injustificado, cada vez
despierta más repudio contra un sistema en estado de putrefacción y más
simpatía por quienes, sin darse cuenta, han terminado sacrificando su salud, su
familia y su bienestar.
Ellos nos dejan un cúmulo de pequeñas historias con rasgos de
heroicidad, que juntas, configuran las páginas que mañana contarán los
calvarios que es capaz de sufrir el hombre por culpa de sus ideales, de su lugar
de procedencia o por simples juegos de poder de personas y estructuras
sombrías. Estas líneas, llenas de solidaridad y respeto, van dedicadas a quienes han
sufrido y están sufriendo injusticias, porque son un ejemplo siempre vigente de
paciencia, dignidad y agallas.
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