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December 4, 2016

Un tributo a los perseguidos de siempre

Este año se cumplió un siglo del sangriento levantamiento de pascuas que dio lugar al inicio de la independencia irlandesa. Durante las primeras décadas del siglo XX la mayoría de la población no compartía la idea de una independencia total respecto del Reino Unido. La lógica era muy simple, ser parte del imperio británico daba cierta estabilidad y siendo la economía irlandesa tan frágil, no se podían imaginar la idea de subsistir independientemente.


Sin embargo, alrededor de una veintena de jóvenes soñadores coordinaban escaramuzas y levantamientos que sacaba de quicio al orden imperante. Con recursos humanos y materiales muy limitados conseguían emocionar a miles de conciudadanos que empezaban a verse separados de un imperio que los trataba como patio trasero.

En ese momento, el imperio británico no estaba para juegos, pues en plena Guerra Mundial dejar en evidencia los síntomas de debilidad y la escasa cohesión que padecían podía significar un problema logístico y simbólico muy grave para la contienda. Por tanto, fueron sin piedad contra esos rebeldes que, de a poco, iban enalteciendo a minorías cada vez más numerosas, conmovidas por el desprendimiento y la entereza con la que se luchaba.

Mientras los británicos se volcaban con toda su brutalidad contra los irlandeses, contrariamente a una predecible pacificación forzosa, la gente común empezó a inclinarse por el bando más débil, pues despertaba simpatía el sufrimiento que padecían a causa de una lucha en total desigualdad de condiciones. Así pues, a muchos encerraron y fusilaron. Fueron muchas las muertes absurdas, las vidas truncadas y las familias destruidas. Una de las muertes más simbólicas fue la de James Connolly, quien estando enfermo, fue fusilado amarrado a una silla porque ya no podía mantenerse de pie.

La leyenda que se creó en torno a la muerte de Connolly fue que estando de espalda a sus ejecutores, listo para recibir el plomo, él mismo pidió que lo pongan de frente, porque quería verle las caras a sus verdugos. Esa historia se propagó por la isla encendiendo aún más los ánimos de miles de ciudadanos que todavía seguían neutrales y atemorizados. La fuerza moral y la mística que esos soñadores destilaban era tan arrolladora y contagiosa que lograron imponer sus ideales por encima de la fuerza bruta de uno de los imperios navales y militares más poderosos que ha visto el mundo.

Hoy, un siglo después, salvando las distancias y diferencias, en el corazón de Sudamérica, existe más de una treintena de personas privadas de libertad, ya sea en cárceles o en el exilio, acusadas de crímenes que no cometieron. Muchos de ellos están con una salud física y económica deteriorada; no se les permite defenderse en libertad y están desde hace 7 años encerrados o perseguidos sin pruebas en su contra y sin sentencia.

Ese abuso sistemático, desproporcionado e injustificado, cada vez despierta más repudio contra un sistema en estado de putrefacción y más simpatía por quienes, sin darse cuenta, han terminado sacrificando su salud, su familia y su bienestar.

Ellos nos dejan un cúmulo de pequeñas historias con rasgos de heroicidad, que juntas, configuran las páginas que mañana contarán los calvarios que es capaz de sufrir el hombre por culpa de sus ideales, de su lugar de procedencia o por simples juegos de poder de personas y estructuras sombrías. Estas líneas, llenas de solidaridad y respeto, van dedicadas a quienes han sufrido y están sufriendo injusticias, porque son un ejemplo siempre vigente de paciencia, dignidad y agallas.


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