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December 4, 2016

No tiene nombre

Hace unos días millones de ciudadanos en todo los rincones del mundo amanecieron con un baldazo de agua fría: más de 70 personas perdieron la vida en un accidente aéreo. La magnitud de la noticia fue global, pues la gran mayoría de los afectados eran jugadores y dirigentes de un equipo de fútbol revelación que iba camino a disputar la final de la Copa Sudamericana.

Conforme avanzaron las horas, fueron saliendo a la luz los motivos del siniestro: una inexplicable y peligrosa dosis de imprudencia y miseria humana. Cualquier accidente producto de fuerzas incontenibles, como factores climáticos, hacen que el golpe sea de alguna manera más llevadero. Sin embargo, el saber que decenas de familias quedaron destruidas por culpa de la miserable decisión de emprender un vuelo sin el combustible suficiente, resulta realmente indignante y hace que la resignación no llegue de manera fácil al corazón de los seres queridos de las víctimas y del público en general. La causa del accidente, lejos de ser un error, fue más bien un crimen que no puede ni debe quedar impune.

Los días posteriores al accidente han estado marcados por muestras de cariño y solidaridad hacia los afectados desde todas partes del mundo. Han aflorado numerosas y preciosas muestras de afecto como la conmovedora decisión del club colombiano Atlético Nacional de pedir que el campeón de la Copa Sudamericana sea el Chapecoense, o de las decenas de jugadores que han dedicado sus goles o que han ofrecido a jugar sin ningún costo en las filas del equipo afectado. 

El día que debió ser la final, el campo de juego de la ciudad de Medellín era un templo idílico de la concordia, el respeto, la misericordia y el amor; una utopía hecha realidad en un continente que lejos está de alcanzar unos mínimos de justicia y equidad en sus sociedades. Aquello fue una muestra de lo alto que puede llegar a ser el hombre si se lo propone y de la nobleza que encarnan los valores deportivos. No cabe ninguna duda de que la muerte de esos atletas hizo un milagro, pero dependerá en parte de la memoria de todos para que esas pérdidas no sean olvidadas.

Mientras el shock va pasando para la mayoría, son muchas las personas que quedarán afectadas de por vida. Y es precisamente en honor a ellas, por lo que debemos cuestionar con firmeza los motivos que han ocasionado una pérdida tan grande y absurda. Es más necesario que nunca protestar contra la improvisación y el capitalismo de amigotes que está detrás de negocios sombríos y de licencias de funcionamiento mal habidas, que juegan con el interés general y que terminan causando daños irreparables.


No puede pasar desapercibo el hecho de que nuestra Marca País, caracterizada por la incertidumbre y las reglas moldeadas en base al dinero e influencias, está cada vez más deteriorada, haciendo de Bolivia un país no digno de ser mirado con seriedad. He buscado título a este artículo pero no lo encuentro, porque lo que pasa delante de nuestros ojos sencillamente no tiene nombre. 




1 comment:

  1. Si tan solo se hubiese cumplido con los protocolos que rigen estos traslados aéreos. La imprudencia criminal y la codicia tomaron su lugar. La responsabilidad de los funcionarios de LAMIA y las autoridades de tierra - AASAMA - en Santa Cruz, Bolivia, es evidente. Espero que les caiga todo el peso de la ley.

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