La mayoría de los diarios locales e internacionales presentaron la victoria electoral
de Donald Trump como un hecho “contra todo pronóstico”. Pero en política no hay
secretos y mucho menos sorpresas. Los acontecimientos son consecuencias de
hechos, coyunturas y actores concretos.
La candidata
demócrata, que se presentaba como la opción moderada y apegada al establishment,
dejó que su falta de profesionalismo para abordar cuestiones de Estado empañara
su campaña y existieran sombras de acusaciones legales en su contra. Asimismo,
tuvo que cargar en sus hombros el desgaste político natural de su partido, que
estuvo en el poder por 8 años, con ella como protagonista importante.
En el otro bando,
el candidato republicano se vendió como un tipo torpe, pero que iba de frente y
sin miedo a desagradar a alguien. Faltó el respeto a periodistas y a minorías, fue
sin piedad contra sus compañeros de partido al momento de disputar las
primarias y hasta amenazó con cárcel a su contrincante demócrata, al mejor
estilo del mandamás de una república bananera, olvidando que en su país existe
separación de poderes y decidir quién va a la cárcel es una jurisdicción que no
le corresponde. Trump jugó fuerte; él y su equipo siempre supieron lo que
querían y cómo iban a conseguirlo. Todos sus mensajes fueron direccionados al
público que deseaban cautivar y lo lograron con éxito.
Lo que ahora
cabe cuestionar son las obstinadas y contundentes predicciones que auguraban un
escenario bien distinto al acontecido. Es probable que muchos encuestados, por
la razón que sea, hayan ocultado su preferencia electoral o que las mediciones
hayan sido elaboradas con poco rigor metodológico. Lo segundo apuntaría a una
manipulación mediática que pone en entredicho la ética profesional de muchas
corporaciones del ‘‘mass media’’.
Lo cierto es que ya en pocos meses han
quedado en ridículo los analistas que se jactaban de tener veraces y poco
falibles estudios: el triunfo del No en Colombia, el del BREXIT en Reino Unido
y ahora la victoria rotunda de Trump en las presidenciales. El mundo va
cambiando de dirección bajo la tutela de un nacionalismo proteccionista, que
aprovecha el miedo creciente hacia la coyuntura geopolítica compleja y multipolar del nuevo siglo. Próximas
elecciones en naciones europeas pondrán a prueba el nuevo fenómeno.
Volviendo al
presente, lo bueno es que después de la parafernalia electoral estadounidense, unos
mínimos de modales y honorabilidad parecen haber retornado a la política. Tanto
Obama como Clinton felicitaron con mucha clase al ganador y éste dio un
discurso bajado de revoluciones con tono conciliador. La pelota está en cancha
del republicano, que con hechos debe buscar la manera de conseguir un equilibrio
para ganarse el apoyo del congreso, que aunque es controlado por su partido,
existen todavía heridas abiertas de las últimas primarias. Larga vida a los
poderes limitados, a los contrapesos, a la libertad individual y al respeto por
la diversidad.
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