Enfermedades
cardiacas, cáncer de pulmón, asma, obstrucción pulmonar, conjuntivitis, son
solo algunos de los males que se pueden originar por respirar aire contaminado.
En las grandes urbes la contaminación del aire es un tema de difícil
tratamiento y las medidas que se toman para paliar sus efectos tienen efectos
muy limitados.
Por ejemplo,
permitir el uso de ciertas rutas únicamente para vehículos con más de dos
pasajeros o determinar qué número de placa está habilitado para circular por
día, son medidas que pueden aliviar el tráfico y al mismo tiempo reducir las
emisiones de carbono. Sabemos que este tipo de medidas no soluciona el problema
en su totalidad, pero ya son pasos importantes para llevar adelante una vida en
comunidad con un carácter más sostenible y amigable para la salud.
Durante estas
semanas en nuestra ciudad y, como todos los años en esta época, hemos estado
respirando aire más contaminado del habitual. Contaminación que se debe en
parte a incendios forestales fortuitos y, lamentablemente, también por quemas
ocasionadas, tanto en el área rural como urbana.
Y es que en
nuestra cultura está muy interiorizado el tomar el camino fácil, tomar atajos,
para lograr beneficio personal a sabiendas de estar ocasionando un daño
generalizado. Desde cruzarse en rojo, parquear en doble fila o pagar por
saltarse la cola de un trámite, hasta quemar basura o maleza para ahorrarse dinero
en mano de obra o maquinaria. Todas esas actitudes están a la orden del día y
generan un malestar crónico en nuestra convivencia ciudadana.
En el caso de
los chaqueos y la quema en general, el daño va más allá de la mera convivencia
diaria. Se trata de un atentado contra la salud pública y un empobrecimiento
progresivo del suelo, que se genera año
tras año. Es menester que tanto autoridades como sociedad civil generen un
rechazo más categórico y severo contra este tipo de prácticas desconsideradas
con la salud propia y ajena y, sobre todo, con el más básico sentido común.
Si por momentos
sentimos que nuestra ciudad se convierte en un infierno plagado de
desconsideraciones, es nomás porque al infierno se va por atajos, como canta el
sabio maestro Joaquín Sabina.
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