Estamos viviendo el auge de una severa crisis
social generalizada. Intereses turbios detrás de grupos pseudo-religiosos
(yihadismo) o pseudo-políticos (neo-fascismo, nacionalismos, etc.) ventilan la
sinrazón, las pasiones más bajas y los discursos simplistas para beneficio
propio; tal es el caso de los liderazgos de tintes mesiánicos y peligrosamente irresponsables
que surgen con fuerza en Oriente Próximo, Europa, Estados Unidos.
Mientras unos violentos cobardes destruyen
todo a su paso alimentados por una Fe sin Razón (inseparable una de otra), otros
cobardes aparentan defenderse aislándose e instalando una retorica discursiva
cargada de odio, que eventualmente se traducirá también en violencia física e
intentos de ingeniería social. Ambos se destruyen a sí mismos, unos aniquilan
una cultura milenaria riquísima, otros, a la esencia de lo que les hizo
prósperos: mercados abiertos, fronteras mínimas y flujo de gentes diversas.
Durante el convulso y dinámico siglo XX,
Mitchell Palmer, destacado político del partido Demócrata, con una miopía
aguda, creía que los extranjeros eran parte de la masa que aportaban formas
políticas extremistas. Pero Palmer ignoraba la historia de su país que se empezaba
a erigir como el Estado más poderoso del globo gracias al aporte decisivo de
inmigrantes. Pasados los conflictos bélicos mundiales, Estados Unidos se
seguiría beneficiando de personas que, con sus habilidades y conocimientos,
pondrían a la academia estadounidense en el pedestal de la innovación y de los
descubrimientos hasta el día de hoy. Como afirma Paul Johnson, los extranjeros,
“estaban huyendo de los sistemas cerrados para abrazar un sistema libre”.
Del Mundo Occidental y de la visión de sus
líderes dependerá el hacer frente a los extremismos sin cometer el suicidio de dar
rienda suelta a la locura de los nacionalismos. No es posible omitir que los
autores de atentados que enlutan a la humanidad de tanto en tanto son cometidos
por nativos de los lugares afectados. Ellos son el reflejo del fracaso que
generó el olvido y negación de unas raíces culturales que van muchísimo más
allá de una herencia religiosa: son más de dos mil años de altibajos, de
diversidad y mezcla, de oscuridad y de luz, que de continuar ignorándose dará paso
a la destrucción progresiva del mundo libre: el oasis de los oprimidos y
perseguidos a causa de la guerra y la estupidez.
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