Durante estos días, los productores de leche
han ejercido medidas de presión e incluso han solicitado la nacionalización de
la empresa PIL Andina, que sostiene que no puede seguir pagando los 3.70 Bs.
Por litro que fijó el Gobierno en noviembre de 2014. Los ejecutivos de PIL
explican que las drásticas caídas de los precios de la leche en el contexto
internacional hace que sea imposible exportar los excedentes del producto, y
para que la compra de leche sea viable deben reducir el precio de 3.70 Bs. a
1.40 por litro
Hace más un año la Unión Europea eliminó las
cuotas a la producción de leche y, por tanto, el incremento de oferta ha
provocado disminución de los precios en Irlanda, Alemania, Francia, Lituania,
España, entre otros, donde también ha habido productores disconformes y
protestas. Asimismo, en Estados Unidos, la producción y desperdicio de leche
alcanza cada año cifras records, que ha provocado un descenso en el precio de
hasta 40%.
No cabe la menor duda de que los productores
tienen razones para la angustia, y es que es el producto de su trabajo lo que
resulta afectado. Sin embargo, es inaceptable pretender que la economía se rija
en base a cuotas a la producción, subvenciones y regulaciones que, a la larga
perjudican a todos los contribuyentes y consumidores.
No hay nada nuevo bajo el sol. El debate sobre
lo que es un “precio justo” tiene tantos años como opiniones y conflictos al
respecto. Hace más de 600 años San Bernardino de Siena sentó bases claves para
la teoría económica con su idea del valor subjetivo, en la que señala que el
precio de un bien se basa en la importancia que el individuo le otorga al mismo
de acuerdo a una circunstancia concreta (entiéndase oferta y demanda). Años más
tarde, Luis Saravia de la Calle, basado en la idea de San Bernardino, afirmaría
que “el justo precio nace de la abundancia o falta de mercadería, de mercaderes
y dineros, y no de las costas, trabajos y peligros”.
Fueron esas bases
lógicas y sencillas, de las que luego se nutrirían prominentes pensadores como
Menger, Mises, Hayek, entre muchos otros paladines del liberalismo económico y
enemigos de medidas como la regulación de precios y cuotas de producción.
Aunque de otra escuela, Adam Smith también se oponía a ese tipo de
distorsiones, afirmando que “cuando varios carniceros tienen el privilegio
exclusivo de vender carne, pueden ponerse de acuerdo para fijar el precio que
quieran. Este privilegio no beneficia ni siquiera a los propios carniceros, ya
que los demás oficios se hallarán igualmente organizados, y si venden cara la
carne comprarán caro el pan. El más perjudicado es el público, que encuentra
todas las cosas menos accesibles y de inferior calidad”.
En definitiva
el mercado es dinámico, se encuentra en constante cambio, llevando con él la
fuerza de millones de personas que lo moldean de acuerdo a sus preferencias y
preocupaciones. Ir en contra de él es tan ingenuo como querer tapar el sol con
un dedo y solo genera problemas mayores como el desincentivo a la producción o
la creación de mercados negros.
Es aquí donde
la innovación juega un papel fundamental para la supervivencia. Schumpeter
escribió hace más de medio siglo en “Capitalismo, socialismo y democracia” que
son los emprendedores y sus ideas innovadoras, los que permiten el crecimiento
económico. Así pues, ellos son “agentes de destrucción creativa” que acaban con
viejos modelos de negocios y generan
otros nuevos. Puede doler pero nuestra economía global no permite que nadie se
escape de los diferentes procesos de destrucción. Los productores de leche y,
en realidad, todo empresario que quiera permanecer rentable y sostenible en el
tiempo, debe saber anticiparse, moverse rápido y ofrecer lo que los consumidores
quieren, no al revés. Nada se destruye, todo se transforma.
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