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March 10, 2016

Mi bicicleta y el sabor de la Justicia

Hace unos meses decidí comprarme una bicicleta para poder moverme por Dublín sin tener que acceder al transporte público. Más de una persona me advirtió que tenga cuidado, que me fije dónde la parqueaba y qué candado usaba, ya que el robo de bicis es un problema creciente para los dublineses.


Encontré la compañera de ruta ideal, pasó el tiempo y la satisfacción por haberla comprado era cada vez mayor; la libertad de moverse por la ciudad, muchas veces de manera más rápida y eficiente que automóviles particulares y autobuses, era algo que no tenía precio. Era, pues, salud porque hacía ejercicio, porque no contaminaba y, además, bueno para mi billetera.

Sin embargo, llegó el día en que viví esa sensación desconcertante y desagradable. Cuando te das cuenta que te han robado. No, no estás loco, la dejaste ahí y ya no está. Nunca creíste que pasaría hasta que pasó. No quise darme por vencido y cada que tenía un rato libre entraba en internet a sitios donde venden artículos de segunda mano para ver si el ladrón la estaba ofertando. Pero no, no encontraba nada.

Fue al día siguiente de denunciar en la policía, cuando ya empezaba a hacerme la idea de que había perdido la bici, cuando la encontré siendo ofertada al mejor postor: “el que la pueda recoger se la lleva” decía el anunciante al final de la descripción. Incrédulo y emocionado volví a acudir a la policía mediante correo electrónico. Le escribí al oficial que me había atendido amable y diligentemente. Le adjunté el link donde estaba la bici y pedí consejo de cómo proceder. La cosa se ponía interesante.

No pasó ni un día cuando recibí la llamada del policía agradeciendo el correo y diciéndome que la bici se había recuperado. Que el ladrón operaba con otras personas y que estaban robando muchas bicicletas por esa zona. Se me informó que podía pasar a buscarla al día siguiente a primera hora.

Toda esta experiencia ha sido de lo más interesante y emocionante que he vivido en meses y me confirma algo que todos sabemos y que a veces olvidamos: la actitud y la voluntad son la base para ofrecer un servicio de primera y para hacer funcionar a un sistema, pese a cualquier limitación humana y material. En efecto, el desinterés por servir y la falta de ganas, por los motivos que sean, en organizaciones públicas y privadas, son unos de los factores que más molestan y que provocan la desconfianza y la hostilidad del cliente.

Es el servidor que se entrega a su trabajo, que escucha y recomienda, el que hace que sea posible cumplir los objetivos y generar una buena imagen de la organización a la que representa y de sí mismo. Para ello, casi nunca se necesitan grandes inversiones materiales. Al contrario, lo que se necesita son esfuerzos dirigidos a formar capital humano con verdadera vocación de servicio. Los medios materiales terminan siendo secundarios y suplidos por la actitud de las personas en caso de necesidad.


Para recuperar la bici solo se necesitó un Servidor, con mayúsculas, enamorado de su trabajo, diligente para llevarlo a cabo y un ciudadano testarudo, que no quiso aceptar que le habían robado. Larga vida a la Garda Irlandesa y a esas personas que, con su trabajo, sirven de verdad desde donde les toca estar.

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