Hace unos meses decidí comprarme una bicicleta
para poder moverme por Dublín sin tener que acceder al transporte público. Más
de una persona me advirtió que tenga cuidado, que me fije dónde la parqueaba y
qué candado usaba, ya que el robo de bicis es un problema creciente para los
dublineses.
Encontré la compañera de ruta ideal, pasó el
tiempo y la satisfacción por haberla comprado era cada vez mayor; la libertad
de moverse por la ciudad, muchas veces de manera más rápida y eficiente que
automóviles particulares y autobuses, era algo que no tenía precio. Era, pues, salud
porque hacía ejercicio, porque no contaminaba y, además, bueno para mi
billetera.
Sin embargo, llegó el día en que viví esa
sensación desconcertante y desagradable. Cuando te das cuenta que te han
robado. No, no estás loco, la dejaste ahí y ya no está. Nunca creíste que
pasaría hasta que pasó. No quise darme por vencido y cada que tenía un rato
libre entraba en internet a sitios donde venden artículos de segunda mano para
ver si el ladrón la estaba ofertando. Pero no, no encontraba nada.
Fue al día
siguiente de denunciar en la policía, cuando ya empezaba a hacerme la idea de
que había perdido la bici, cuando la encontré siendo ofertada al mejor postor:
“el que la pueda recoger se la lleva” decía el anunciante al final de la
descripción. Incrédulo y emocionado volví a acudir a la policía mediante correo
electrónico. Le escribí al oficial que me había atendido amable y
diligentemente. Le adjunté el link donde estaba la bici y pedí consejo de cómo
proceder. La cosa se ponía interesante.
No pasó ni un
día cuando recibí la llamada del policía agradeciendo el correo y diciéndome
que la bici se había recuperado. Que el ladrón operaba con otras personas y que
estaban robando muchas bicicletas por esa zona. Se me informó que podía pasar a
buscarla al día siguiente a primera hora.
Toda esta
experiencia ha sido de lo más interesante y emocionante que he vivido en meses
y me confirma algo que todos sabemos y que a veces olvidamos: la actitud y la
voluntad son la base para ofrecer un servicio de primera y para hacer funcionar
a un sistema, pese a cualquier limitación humana y material. En efecto, el
desinterés por servir y la falta de ganas, por los motivos que sean, en
organizaciones públicas y privadas, son unos de los factores que más molestan y
que provocan la desconfianza y la hostilidad del cliente.
Es el servidor
que se entrega a su trabajo, que escucha y recomienda, el que hace que sea
posible cumplir los objetivos y generar una buena imagen de la organización a
la que representa y de sí mismo. Para ello, casi nunca se necesitan grandes
inversiones materiales. Al contrario, lo que se necesita son esfuerzos
dirigidos a formar capital humano con verdadera vocación de servicio. Los
medios materiales terminan siendo secundarios y suplidos por la actitud de las
personas en caso de necesidad.
Para recuperar
la bici solo se necesitó un Servidor, con mayúsculas, enamorado de su trabajo,
diligente para llevarlo a cabo y un ciudadano testarudo, que no quiso aceptar
que le habían robado. Larga vida a la Garda Irlandesa y a esas personas que,
con su trabajo, sirven de verdad desde donde les toca estar.
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