El desarrollo
de plataformas web que nos permiten compartir productos, servicios y
conocimientos, están cambiando drásticamente nuestros hábitos de consumo y
estilo de vida.
En poco más
de 5 años la proliferación de decenas de estos espacios ha puesto a temblar a
numerosas corporaciones y gobiernos. Uber (servicio de taxi), Airbnb (alquiler
de casas o departamentos), ShareACar (compartir el auto), Citybyke (alquiler de
bicicletas), CrowdCube (red de financiación), Baby Equipment Hire UK Scotland
(alquiler de juguetes), Landshare (alquiler de espacios, desde jardines hasta
depósitos).
Compartir el
auto que no se usa a toda su capacidad, alquilar la habitación sobrante, el
departamento o casa que no se aprovecha, para muchos se ha convertido en una
nueva forma de emprender, de salvarse del angustioso e indeseable desempleo o
de tener un segundo ingreso.
En tiempo de
recesión económica y de estancamiento del mercado laboral el auge del consumo
colaborativo ha sido una luz y salvación para miles de familias. No por nada,
la revista The Economist señaló en su edición de marzo de 2013 que el consumo
colaborativo se está convirtiendo en un nido de micro emprendedores.
La aparición de
estas nuevas formas de intercambio ha desnudado las ineficiencias del consumo
tradicional y ha despertado consciencias que ven en la colaboración un cambio
hacia un estilo de estilo de vida más sano y sostenible que puede marcar
diferencias sustanciales en el futuro.
En el libro
“What’s mine is yours” Rachel Botsman y Roo Rogers afirman que, solo los
australianos, gastan 9.99 billones de dólares en cosas que no usan, cifra que
supera al gasto gubernamental en universidades y carreteras. Asimismo, según el
articulista Miguel Ángel García Vega, el 40% de los alimentos del planeta se
desperdicia; los automóviles particulares pasan el 95% de su tiempo parados; en
Estados Unidos hay 80 millones de taladros cuyos dueños solo los usan 13
minutos de media, y un motorista inglés malgasta 2.549 horas de su vida
circulando por las calles buscando parqueo.
Y así, podrían
señalarse un sinfín de ejemplos que plasman el desperdicio de tiempo, energía y
recursos que podría ahorrarse con soluciones creativas. Ante la necesidad y los
problemas, la creatividad humana es la indicada para señalar el camino. La
tecnología, bien aprovechada por nuevos emprendedores, está siendo la punta de
lanza de una nueva era, que está reinventando viejas formas de confianza bajo
la lógica del “peer-to-peer” o “red entre iguales”, brindando maneras distintas
y más eficientes de intercambiar bienes, servicios, espacio e, incluso,
habilidades y conocimientos.
El consumo colaborativo se estrella estrepitosamente contra el
tradicional “establishment” de las licencias costosas, contra las regulaciones
que desincentivan el emprendimiento, contra los precios preestablecidos, sin
duda, contra lo estático e ineficiente que defienden “hombres de sistema” de
grandes corporaciones y gobiernos.
Este caldo de
cultivo de innovación y generación de riqueza se ha encontrado únicamente con
una actitud hostil por parte de las administraciones públicas, que pretenden regular tanto las nuevas formas
de financiamiento (crowdfunding, crowdlending, crowdequity), como el transporte
y la hostelería alternativa (Uber, BlablaCar, AirBnb, entre otros). Claramente parecen
no entender que están ante un fenómeno mundial sin precedentes que responde a
necesidades y tendencias mucho más poderosas que la fuerza de cualquier lobby o
grupo de poder.
Los reguladores tienen la batalla perdida desde el inicio: no se puede ir
contra las fuerzas del mercado. Una movida más inteligente sería tratar de
sumarse a esta nueva era, que promete muchísimo en cuanto a nuevas formas de
generar riqueza, bienestar y oportunidades de negocio se refiere.
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