“Es
oponiendo razón al sentimiento, planteando la voluntad de paz contra las
bruscas locuras, como los pueblos logran reemplazar la guerra, el aislamiento y
el estancamiento por la alianza, el don y el comercio” Marcel Mauss
Consciente
de la necesidad de fortalecer las formas internas de solidaridad en la economía, Marcel Mauss escribió en 1924 Ensayo sobre el don:
forma y función del intercambio en las sociedades arcaicas.
El autor parte del brillante trabajo de campo de Malinowsky en las Islas Trobiand y de una de sus premisas concluyentes: la reciprocidad es uno de los principios básicos de la humanidad.
El autor parte del brillante trabajo de campo de Malinowsky en las Islas Trobiand y de una de sus premisas concluyentes: la reciprocidad es uno de los principios básicos de la humanidad.
La
lógica del don
consta de tres obligaciones: dar, recibir y devolver. Dar es la esencia y solo
tiene sentido si se ofrece a ajenos del clan, si sale de nuestra esfera y
genera lazos cohesionadores. La obligación de recibir no es menos coercitiva, rechazar un don
significa desprecio. Y, por último,
devolver, que es clave porque el individuo que recibe debe ser capaz de depender más de sí mismo que de los otros. El exceso de
generosidad -dice Mauss- sería
tan nocivo para él
y para la sociedad cuanto el egoísmo; la caridad es hiriente e inconscientemente tratamos de
suprimir la noción
de dependencia.
Así pues, en este sistema está la llave para el perfeccionamiento de
nuestras instituciones y de nosotros mismos. No por nada, décadas más tarde, Benedicto XVI observó que la lógica
del don es el mejor compañero
del binomio mercado-Estado. Si se quiere salir del subdesarrollo –escribe el pontífice– se debe dar una apertura progresiva al contexto mundial de
la actividad económica,
pero acompañado de
ciertos márgenes de
gratuidad.
Aunque
desarrollar este sistema no es nada sencillo. Primero hay que hacer de la
confianza una norma, basándonos
en leyes que no están
escritas ni deben estarlo. Ya dijo el pontífice en su encíclica Caritas in veritate, que la razón instrumental no es el único uso de la razón, que el mercado de la gratuidad no
existe y las actitudes gratuitas no se pueden prescribir por ley, sin embargo,
tanto el mercado como la política
necesitan de personas abiertas al don recíproco.
Resulta
difícil no
relacionar las virtudes características de la lógica del don al modo de ver y hacer del cruceño. Nadie discute que el modelo
cooperativista o la hospitalidad hecha norma consuetudinaria, bien pueden
aplicarse en muchos lugares, no obstante, la sociedad cruceña es un ejemplo muy particular de
organización y cohesión en una coyuntura compleja; su
acelerado desarrollo ha generado una comunidad extensa y heterogénea y aun así ha conservado unos niveles de
convivencia y entendimiento envidiables.
Sin
embargo, el dinamismo propio de las sociedades florecientes seguirá poniendo a prueba la capacidad de
aceptar, asimilar y convertir en propio a lo extraño. Por eso, Marcel Mauss, observó inteligentemente la importancia y necesidad de rescatar prácticas como la alegría de dar en público, el placer del gasto artístico generoso, la hospitalidad, la
fiesta privada o pública,
la cooperación entre
individuos y entre grupos profesionales: porque ese es el espacio donde tomamos
una profunda conciencia de nuestra individualidad y de nuestra realidad social.
Aquel
desafío nos invita
a reforzar aquello que sirve de ente cohesionador: las cooperativas, las
fraternidades, las comparsas, el carnaval, las organizaciones filantrópicas, culturales y profesionales,
deben constantemente reinventarse para no dejar de ser ejemplos de primera línea en cuanto a desprendimiento,
gratuidad, camaradería
y sentido de comunidad se refiere.
Nuestras
fiestas, reivindicaciones sociopolíticas y manifestaciones de solidaridad, aparte de ser
folklore, diversión,
interés de poder y
afán de
reconocimiento, deben ser ante todo espacios de reencuentro, de generación de lazos y aprendizaje mutuo. Solo
así será posible renovar y preservar un modelo
hasta ahora exitoso, sostenido por una cadena vigorosa de reciprocidad: dar,
recibir y devolver.
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