Días antes de terminar el año
2014, el papa Francisco sorprendió a los cardenales y altos cargos -quizá no
tanto a sus seguidores-, con un discurso navideño en el que, en menos de media
hora, habló sobre las enfermedades que a su juicio padece la curia, que como
todo cuerpo, está expuesto a enfermedades, señaló.
El texto, que no tiene
desperdicio, consta de una lista de quince patologías y evitando un tono de
reproche el papa instó a sus colaboradores a que hagan un auténtico examen de
conciencia para reconocer sus límites y pecados.
Ya no sorprende la genialidad del
papa argentino a la hora de abordar problemas, su originalidad no radica
únicamente en el estilo sincero y directo de decir las cosas, sino en lo
extrapolable del mensaje a los diversos ámbitos de la acción humana, en los que
todos y cada uno de nosotros tiene un papel.
Qué duda cabe, las 15 enfermedades
que padece la curia pueden ser fácilmente diagnosticadas en todo tipo de
gobierno, como en nuestras organizaciones laicas, ya sean políticas,
empresariales o sin fines de lucro.
Quizás las más frecuentes son: 1)
La enfermedad de sentirse inmortal, esto es, creerse inmune e indispensable, olvidando
que deben existir controles y contrapesos. 4) La enfermedad de la planificación
excesiva, que se da cuando se cae en el facilismo de quedarse en una posición estática.
7) La enfermedad de la rivalidad y la vanagloria, que se desarrolla cuando la
apariencia y la ropa se convierten en el principal objetivo de la vida. 9) La
enfermedad de las habladurías, que contagian quienes carecen de valor para
hablar de frente. 10) La enfermedad de divinizar a los jefes, propia de los que
optan por el oportunismo y el camino fácil. 15) La enfermedad de la ganancia
mundana, es decir, acumular por acumular, siendo capaz de hacer cualquier cosa
por conseguirlo, como calumniar y difamar; en dos palabras, competir
deslealmente.
Invito a estudiar el texto
completo (solo 7 páginas), disponible en la red gratuitamente. Si lo leyéramos,
primero para cambio personal, y luego consiguiéramos que lo lean muchos de
nuestros gobernantes y directivos de empresas, evitaríamos grandes crisis
organizativas, personales, de liderazgo. Y, sin dudarlo dos veces, diría que el
ambiente de trabajo sería mucho más productivo y saludable.
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