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November 29, 2014

Los esclavos modernos: una herida abierta

“Todo lo que puedo añadir en mi soledad, es que la rica bendición del cielo descienda sobre todos, que ayude a curar la herida abierta del mundo” David Livingston

Así reza el epitafio de David Livingston, uno de los hombres claves para que la esclavitud sea abolida en el continente africano. Se enfrentó contra los presupuestos de su tiempo con enorme valentía y entregó su vida para luchar por sus convicciones más profundas.  


Su nombre es ahora un referente de altruismo y grandeza gracias a su nobilísima vida dedicada a la ayuda y al voluntariado. Fue el primer europeo en cruzar el desierto del Kalahari, en atravesar el continente de la costa atlántica a la del océano Índico, fue el primer “médico sin fronteras”, su persona encarnaba una verdadera ONG andante.

Ideó y luchó incansablemente por poner en práctica lo que denominó el sistema de “Las Tres C”: cristianismo, civilización y comercio. Afirmaba que solo un mercado libre podría acabar con el cáncer social de la esclavitud; por eso, buscaba establecer una ruta por donde los mercaderes honrados pudieran estrechar vínculos comerciales legítimos con africanos libres, y de esa manera marginar a los traficantes de esclavos.

Sin embargo, el plan no salió como esperaba, sus mejores hombres padecieron a causa de la malaria. Murió desesperanzado, creyendo que la trata de esclavos era inextinguible. Pero, apenas un mes después de su muerte, el sultán de Zanzíbar firmó un tratado con Gran Bretaña prometiendo abolir el tráfico africano oriental de esclavos, y el antiguo mercado de esclavos fue vendido a la Misión Universitaria para África Central, que levantó sobre las viejas celdas una catedral: póstumamente Livingston cantaba victoria.

El historiador Naill Ferguson afirma que en el imperio británico siempre hubo una minoría, que por sus principios religiosos, se oponía a la esclavitud, y fue aquella minoría la encargada de expandir el cambio de hacer las cosas y mirar al mundo. Livingston fue una figura clave en esa generación de hombres brillantes, que consiguió despertar la conciencia ética de sus compatriotas, imbuidos en la ambición, la avaricia y, que cometieron -no por primera ni última vez-, la atrocidad de reducir al ser humano a un mero valor económico.

Si bien, la trata de esclavos ya no está amparada por ley, todavía existen grandes redes de tráfico de personas para la explotación sexual y laboral. Justamente estos días la ONG “Walk Free” publicó un informe (The Global Slavery Index) disponible en la red, en el que señala la existencia de 35 millones de “esclavos modernos”.



Sin duda, la legislación es un mecanismo importante para luchar contra las injusticias, pero si los esquemas mentales (lo útil, la mayoría, la raza, etc.) no cambian, será de poca o nula ayuda. La ley es un artificio humano fácilmente vulnerable por sus propios creadores; para que sea efectiva debe estar interiorizada como un bien en sí mismo y no como una externalidad coercitiva. 

Grandes personajes de la historia demostraron que el sentido ético, ligado en gran medida al sentido común, se adquiere con una formación moral sólida. El cambio lo hacen las personas no los maquillajes legales.  

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