“Todo lo que puedo
añadir en mi soledad, es que la rica bendición del cielo descienda sobre todos,
que ayude a curar la herida abierta del mundo” David Livingston
Así reza el epitafio de David
Livingston, uno de los hombres claves para que la esclavitud sea abolida en el
continente africano. Se enfrentó contra los presupuestos de su tiempo con
enorme valentía y entregó su vida para luchar por sus convicciones más profundas.
Su nombre es ahora un referente
de altruismo y grandeza gracias a su nobilísima vida dedicada a la ayuda y al
voluntariado. Fue el primer europeo en cruzar el desierto del Kalahari, en
atravesar el continente de la costa atlántica a la del océano Índico, fue el
primer “médico sin fronteras”, su persona encarnaba una verdadera ONG andante.
Ideó y luchó
incansablemente por poner en práctica lo que denominó el sistema de “Las Tres
C”: cristianismo, civilización y comercio. Afirmaba que solo un mercado libre
podría acabar con el cáncer social de la esclavitud; por eso, buscaba
establecer una ruta por donde los mercaderes honrados pudieran estrechar
vínculos comerciales legítimos con africanos libres, y de esa manera marginar a
los traficantes de esclavos.
Sin embargo,
el plan no salió como esperaba, sus mejores hombres padecieron a causa de la
malaria. Murió desesperanzado, creyendo que la trata de esclavos era
inextinguible. Pero, apenas un mes después de su muerte, el sultán de Zanzíbar
firmó un tratado con Gran Bretaña prometiendo abolir el tráfico africano
oriental de esclavos, y el antiguo mercado de esclavos fue vendido a la Misión
Universitaria para África Central, que levantó sobre las viejas celdas una
catedral: póstumamente Livingston cantaba victoria.
El historiador
Naill Ferguson afirma que en el imperio británico siempre hubo una minoría, que
por sus principios religiosos, se oponía a la esclavitud, y fue aquella minoría
la encargada de expandir el cambio de hacer las cosas y mirar al mundo.
Livingston fue una figura clave en esa generación de hombres brillantes, que
consiguió despertar la conciencia ética de sus compatriotas, imbuidos en la
ambición, la avaricia y, que cometieron -no por primera ni última vez-, la
atrocidad de reducir al ser humano a un mero valor económico.
Si bien, la
trata de esclavos ya no está amparada por ley, todavía existen grandes redes de
tráfico de personas para la explotación sexual y laboral. Justamente estos días
la ONG “Walk Free” publicó un informe (The Global Slavery Index) disponible en
la red, en el que señala la existencia de 35 millones de “esclavos modernos”.
Sin duda, la
legislación es un mecanismo importante para luchar contra las injusticias, pero
si los esquemas mentales (lo útil, la mayoría, la raza, etc.) no cambian, será
de poca o nula ayuda. La ley es un artificio humano fácilmente vulnerable por
sus propios creadores; para que sea efectiva debe estar interiorizada como un
bien en sí mismo y no como una externalidad coercitiva.
Grandes personajes de
la historia demostraron que el sentido ético, ligado en gran medida al sentido
común, se adquiere con una formación moral sólida. El cambio lo hacen las
personas no los maquillajes legales.
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