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November 10, 2014

Para lo que sirve la educación

El 22 de octubre en Otawa, un soldado canadiense fue abatido a tiros a manos de un yihadista mientras hacía guardia en un monumento de la ciudad. Como es lógico, el suceso conmovió a la sociedad canadiense, que no está acostumbrada a extremismos violentos ni a hechos de sangre.

Los días posteriores estuvieron marcados por manifestaciones de repudio de la población hacia la violencia y declaraciones de autoridades que se compadecieron de la familia afectada. En esos momentos  de crispación, de sentimientos exaltados, en los que se busca explicación a la sinrazón y no se la encuentra, la gente reacciona dominada por las pasiones de forma irracional y violenta, haciéndole un favor al círculo del odio y la ignorancia. Esas reacciones no son aceptables, pero sí entendibles. 

Sin embargo, hay excepciones y es bueno mencionarlas, aplaudirlas y hacer el esfuerzo por aprender de ellas. Aprovechando el pesaroso ambiente, tres jóvenes canadienses decidieron llevar a cabo un experimento social. Se propusieron fingir conversaciones subidas de tono en espacios públicos de alta circulación, entre un individuo vestido de túnica (aparentemente musulmán) y otro de tez blanca.

El joven blanco increpó al de la túnica, le reprochó de forma violenta su vestimenta y le instó a cambiarla. La gente de alrededor, sorprendida, empezó a reaccionar. 

Una muchacha reprochó al joven agresor diciéndole que no se puede juzgar a los demás por su forma de vestir, otra persona, indignada, le dijo que ser musulmán no implica ser fanático y, por último, hubo uno que no soportó la intolerancia y la forma del reproche y le dio un puñetazo al supuesto racista para que se fuera del lugar. 

Cuando vieron que las cosas se salieron de control los encargados del experimento trataron de gritar que todo era un montaje, pero fue demasiado tarde para que la gente aludida escuchara, la agresión ya estaba consumada. El muchacho que recibió el puñetazo, a pesar de quedar con la nariz ensangrentada, era el más feliz por demostrar que la gente no siempre actúa bajo prejuicios y simplificaciones.

Aquella valiente iniciativa nos muestra que hay comunidades que enfrentan problemas complejos alejados de visiones llanas y unilaterales. No es que los canadienses cuenten con una supremacía moral respecto al resto. Simplemente se trata de un pueblo educado del que se puede aprender mucho. Educar desde la familia, con normas mínimas de convivencia, como el respeto a la diferencia y al disentimiento, sirve para construir las bases de una sociedad en que la armonía y la justicia no resulten una lejana fantasía, además, es el mejor antídoto para librarse del empoderamiento de los demagogos


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