Hace un siglo potencias
imperiales y nacionales se enfrascaron en un conflicto que acabó siendo uno de
los más sangrientos y devastadores de la historia de la humanidad. Ningún
estratega de la época imaginó lo largo y devastador que resultaría la guerra
que ahora llamamos Primera Guerra Mundial.
Varias décadas previas al
estallido de la guerra se dio un paradójico proceso conocido como Paz Armada:
mientras se celebraban congresos por la paz y se firmaban declaraciones que
hablaban de un mundo lleno de armonía y estabilidad, las grandes potencias
crecían en armamento y en tecnología militar.
Entre los líderes políticos y la
población existía un enorme optimismo por las promesas de la ciencia y la
tecnología, las grandes masas empezaban a gozar de las mejoras en calidad de
vida que otorgaban los descubrimientos tecnológicos y, por ello, predominaba la
visión comtiana de que solo mediante la ciencia, la humanidad podría alcanzar
una era de progreso indefinido y las guerras serían cosas del pasado.
No mucho tiempo después el error
quedó en evidencia, el optimismo se convirtió en desesperación y muerte en
cantidades industriales. Solo bastó un disparador para que la arrogancia humana
se convierta en una guerra de escala planetaria; el asesinato del archiduque
José Fernando de Austria y de su esposa fue el detonante del conflicto.
Cien años después las cosas han
cambiado poco. Mientras los líderes mundiales siguen hablando de paz y de
derechos humanos, engordan las utilidades de la industria armamentística y
alimentan conflictos que, en un abrir y cerrar de ojos, se podrían convertir en
otra barbarie de escala internacional.
El derramamiento de sangre en
Oriente Próximo, el avión derribado en Ucrania por las fuerzas pro-rusas, la
guerra comercial y las sanciones en boga entre Estados Unidos, Europa y Rusia, la
masacre hacia cristianos en Irak, entre otras provocaciones, pueden fácilmente
convertirse en disparadores de un gran conflicto bélico. Por eventos
aparentemente menores se han mandado a las trincheras a millones de inocentes
para que mueran por los conceptos más abstractos que podamos imaginar. La
humanidad disfruta jugando con fuego y cuando se quema no aprende la lección.
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