El caso Dreyfus fue uno de los
mayores abusos jurídicos de la historia. Ocupó gran parte del debate político
francés durante casi quince años. Alfred Dreyfus, de origen judío y capitán del
ejército francés, fue acusado de alta traición, concretamente, de vender
secretos militares al ejército del segundo imperio alemán, que décadas previas
había derrotado a la Francia de Napoleón III. El país galo se había visto
obligado a perder Alsacia y gran parte de Lorena, además debía indemnizar al
gobierno alemán con una cuantiosa cantidad de dinero y sufrir una ocupación
militar como garantía del pago.
En ese contexto de
desmoralización, de ánimos revanchistas y de florecimiento de un espíritu
nacional, mezclado con odios raciales como el antisemitismo, el gobierno
francés acusó al capitán Dreyfus y, en un proceso lleno de irregularidades, se lo
condenó al destierro en una isla cerca de la Guayana Francesa.
Como toda mentira, el tiempo se
encargó de poner en evidencia el abuso y la falsedad. Gracias a investigaciones
particulares y a la incansable labor de la familia del afectado, los
partidarios de Dreyfus crecieron vertiginosamente y consiguieron la declaración
de inocencia y, además, que se devolviera al acusado su rango militar. Las
repercusiones políticas de este caso fueron nefastas para el gobierno de turno,
pues el desmontaje de la farsa tumbó la máscara de la injusticia basada en
dañinas ideas nacionalistas y, con ella, cayeron también altos funcionarios del
gobierno.
En Bolivia, actualmente vivimos
nuestro propio caso Dreyfus, mal llamado caso Terrorismo. Ambos ejemplos
representan un grosero atropello a la dignidad del individuo y son
extraordinariamente similares; desde su trama, concebida como punta de lanza para
exaltar la falsa idea de nación y acabar con posibles contrincantes políticos,
hasta el desenlace, en el que se pone en evidencia una súper-estructura de
corrupción y maldad.
Estamos en el dulce momento en el
que la verdad finalmente se impone: los cobardes y esbirros que extorsionaron
huyen, los que presionaron y mintieron tiemblan en sus oficinas fingiendo
desentendimiento, y las víctimas, con orgullo, se preparan para recuperar la
libertad de manera formal, porque de espíritu fueron siempre libres. Pero esto
no debe acabar así: más temprano que tarde resultará ineludible un proceso
serio por terrorismo de Estado.
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