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March 20, 2014

Nuestro caso Dreyfus


El caso Dreyfus fue uno de los mayores abusos jurídicos de la historia. Ocupó gran parte del debate político francés durante casi quince años. Alfred Dreyfus, de origen judío y capitán del ejército francés, fue acusado de alta traición, concretamente, de vender secretos militares al ejército del segundo imperio alemán, que décadas previas había derrotado a la Francia de Napoleón III. El país galo se había visto obligado a perder Alsacia y gran parte de Lorena, además debía indemnizar al gobierno alemán con una cuantiosa cantidad de dinero y sufrir una ocupación militar como garantía del pago.

En ese contexto de desmoralización, de ánimos revanchistas y de florecimiento de un espíritu nacional, mezclado con odios raciales como el antisemitismo, el gobierno francés acusó al capitán Dreyfus y, en un proceso lleno de irregularidades, se lo condenó al destierro en una isla cerca de la Guayana Francesa.

Como toda mentira, el tiempo se encargó de poner en evidencia el abuso y la falsedad. Gracias a investigaciones particulares y a la incansable labor de la familia del afectado, los partidarios de Dreyfus crecieron vertiginosamente y consiguieron la declaración de inocencia y, además, que se devolviera al acusado su rango militar. Las repercusiones políticas de este caso fueron nefastas para el gobierno de turno, pues el desmontaje de la farsa tumbó la máscara de la injusticia basada en dañinas ideas nacionalistas y, con ella, cayeron también altos funcionarios del gobierno.

En Bolivia, actualmente vivimos nuestro propio caso Dreyfus, mal llamado caso Terrorismo. Ambos ejemplos representan un grosero atropello a la dignidad del individuo y son extraordinariamente similares; desde su trama, concebida como punta de lanza para exaltar la falsa idea de nación y acabar con posibles contrincantes políticos, hasta el desenlace, en el que se pone en evidencia una súper-estructura de corrupción y maldad.


Estamos en el dulce momento en el que la verdad finalmente se impone: los cobardes y esbirros que extorsionaron huyen, los que presionaron y mintieron tiemblan en sus oficinas fingiendo desentendimiento, y las víctimas, con orgullo, se preparan para recuperar la libertad de manera formal, porque de espíritu fueron siempre libres. Pero esto no debe acabar así: más temprano que tarde resultará ineludible un proceso serio por terrorismo de Estado. 

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