Ni bien llegué, contemplé emocionado los alrededores y entré al bar más concurrido del lugar “Mesón don Ñuflo”. Al principio tuve la sensación de estar dentro de un relato de Juan Rulfo, por lo costoso que fue intercambiar palabras con el camarero, que respondía de memoria, como si ya supiera el porvenir, embargado por el aburrimiento de la rutina, de un pueblo que en siglos no ha cambiado mucho.
Fue distinto, cuando al salir del bar, un hombre preguntaba con inconfundible alegría, si venía de la “Santa Cruz de América”, me recomendaba ir a mirar el busto del capitán “promovido por gente del otro lado del charco”, rodeado de palmeras, abajo donde ya se acaban las casas. Debo decir que me sorprendió la abundante presencia de niños y gente joven. Esperaba lo contrario, un pueblo vacío y abandonado, no uno lleno de vida y energía. Quizá sea una realidad momentánea gracias al feriado santo, en el que muchos habitantes de grandes ciudades vuelven a su pueblo o bien al de sus padres a pasar los días.
Un espíritu con el sentido calderoniano del honor muy en alto -que a pesar de que se trate de reducirlo a un ideario partidario o lo invoquen solo cuando convenga-, no dejará de intentar concretar utopías posibles, que incomodan a los poderosos de turno, como bien muestra nuestra herencia jesuítica-chiquitana o las rebeliones federalistas-igualitarias, tan vivas como si no se hubiera tratado de acabar con ellas, tan dignas de imitar, y que en la escolaridad se esconden o se muestran a medias.
:D
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