Como muchos de su época, sentía pesimismo por el futuro, y no es para menos, a principios del siglo XX -cuando publica la obra- estaba a punto de explotar uno de los episodios más negros de nuestra civilización, que puso en evidencia la falsa idea, de que la técnica pura y dura, aislada de otros conocimientos, es lo único que conduce al progreso.
Para Weber, el ascetismo cristiano, en concreto el
calvinista, da origen a la civilización moderna y al moderno espíritu del capitalismo.
Esta etapa se caracteriza por la racionalización de la vida en base a la idea
de profesión. Se empieza a tener un estilo vida metódico acompañado de virtudes provenientes
de la ilustración escocesa (austeridad, sobriedad, rigor, diligencia) y de
virtudes morales, tales como el autocontrol, el sometimiento del yo a límites.
Este obrar está guiado por un carácter ascético de acción y renuncia, condición
del acto valioso, pues se difiere en el tiempo la gratificación para generar
mejores beneficios.
Weber identifica que con el tiempo se pierde el afán de lucro
asociado a su sentido ético-religioso original, se elimina el sentido
trascendental de la labor profesional, por tanto, ésta se vacía y pierde el
norte. La preocupación por la riqueza que no debía pesar más que como un “manto
sutil” del cual es fácil despojarse, se convirtió en una “jaula de hierro” vacía de espíritu. La
acción y renuncia, se volvió más acción y menos renuncia; menos autocontrol,
menos interiorización de la norma, dando paso a una cultura utilitarista y de
consumo desmedido. La satisfacción inmediata de los placeres se impuso a la
acción que difiere en el tiempo el beneficio.
Esta obra –pienso que de actualidad- sirve para dar un
diagnóstico de la crisis, que equivocadamente se señala como económica, cuando
en realidad es un problema ético-moral, causado por el vaciamiento de las
esferas de la vida de su necesario sentido trascendental (sea cual sea la creencia).
Empecemos a buscar más porqués a nuestras acciones, a darles sentido.
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