Es muy difícil leer noticias y no estremecerse al
conocer las ‘nuevas’ que pocas veces son buenas. Cada día se nos mutila la
esperanza con información que habla de muerte, injusticia, corrupción e
intolerancia. Qué haríamos sin los versos de Miguel Hernández, en los que nos
dice que la esperanza ‘retoña de la carne talada’.
Aquello que es muy cierto, y sin lugar a dudas
muy hermoso, no es un consuelo para que nos convirtamos en seres alienados por
la indiferencia y el olvido, sino todo lo contrario, es una invitación a que
luchemos por un mundo más justo, y que la carne talada por los reacios al
cambio, se convierta en la esperanza que nutra a los que continúen batallando.
Mauricio Arce Céspedes, de 19 años, fue a
Tarija el fin de semana para celebrar la boda de un pariente, y pretendía
volver el domingo por la noche a su ciudad (Santa Cruz de la Sierra). El
muchacho retornó en un ataúd conmoviendo al pueblo cruceño y boliviano. Fue
asesinado por un numeroso grupo de acomplejados que le propinó una brutal
golpiza; la cual, según los medios de comunicación se debe a que Mauricio era
‘camba’, es decir, cruceño.
Vamos a dejar de lado el origen étnico del
agredido, pues lógicamente el vandalismo xenófobo es repudiable, sea cual sea
el lugar de procedencia del individuo. Y de igual manera, este hecho es una
alarma urgente y válida (de las que hay a diario) para cualquier pueblo del
planeta.
Se sabe que Bolivia es un país complejo,
tan complejo que es muy difícil de explicar su anormalidad con las palabras o
la tinta. El que no conoce un mínimo de su historia y territorio probablemente
no entienda el tipo de conflictos sociales que se dan en este país. Diverso y
con innumerables barreras, sean éstas culturales o geográficas y con un sistema
de administración inconcebiblemente injusto; probablemente aquello ha parido
semejante ensalada de conflictos para todos los disgustos habidos y por haber.
Evidentemente, es inentendible, pero
sucede que problemas tan delicados como la intolerancia, se utilizan tan solo
para fines publicitarios y mediáticos. Siempre tratamos de ocultar los
problemas, huir de ellos, hacer propaganda falsa para ensalzar una imagen, o
atribuirle el mal a una nación de ‘sediciosos’. Pero nunca enfrentamos al
monstruo de frente, no decimos nuestras diferencias en voz alta y clara, no
dejamos ser diferentes a los que son diferentes y aun por encima los atacamos.
Vaya que las cosas cambiarían si se
trataran con honestidad y buena fe, todos sabemos que los vicios abundan en
cada uno de los rincones de este país, como en cualquier otro, y ni este, ni
otros hechos lamentables pueden ser atribuidos a una sola región o nación,
porque significaría prolongar la rienda suelta al mismo abuso prejuicioso, que
nos machaca constantemente y no tumba la careta de la falsedad.
El racismo e intolerancia no se lo combate
con propaganda chueca, falsa y cara. Sino con organización de gente sensata, de
todos los estratos y grupos étnicos, que pueden llegar a componer un todo de un
solo color, para luchar contra un enemigo que confunde, pues se esconde dentro
de una variedad infinita de colores y no solo en uno, como algunos tratan de
hacer creer.
Es normal que las diferencias culturales
manifestadas en la lengua, costumbres, color de piel, credo religioso, etc.,
alejen a las personas, pero es más normal aún, que aquel alejamiento se elimine
fácilmente con la apertura mental, llevable a cabo mediante la convivencia
diaria respetuosa y una buena educación proveniente de la institución más
importante, la familia.
Aquellos elementos tan valiosos no se
consiguen esperando que un gobierno (sea estatal o regional) los lleve a cabo;
el cambio lo hacen las personas, y si éstas ceden responsabilidades que les
competen, resulta muy peligroso, pues es una sociedad destinada a la
desintegración a causa de la violencia. Por el contrario, si las personas
asumen su protagonismo en la sociedad (con seriedad), no dejando espacios al
vacuo instrumentalismo jurídico, ésta adquirirá un patrimonio invaluable e
intangible que resultará inamovible ante cualquier tipo de adversidad.
Por poner un ejemplo, el cese de la
discriminación hacia las personas de color en los Estados Unidos no se debió a
la promulgación de igualdad en los derechos civiles, allá por la segunda mitad
del siglo XX, sino que fue un largo proceso de maduración de una sociedad que
entendió y luchó arduamente por romper estigmas dañinos e indignos; la
legislación fue el último paso y el menos relevante. Aquello no fue una lucha
de un color contra otro, fue una revolución de libertad promovida por ambos
afectados, donde primó básicamente el reconocimiento, la reconciliación y el
desenmascaramiento de una farsa.
Allí lucharon organizaciones civiles de
todos los colores que llegaron a componer uno solo y no cedieron el papel que
la historia tenía para ellos. No se está tratando de decir que en aquel país
los conflictos se solucionaron en su totalidad, porque no es así, ni tampoco
que esos problemas se asemejan a los nuestros, pero fue aquella actitud de
organización civil la que hizo posible la construcción de cimientos para una
sociedad basada en el respeto e igualdad y es cabalmente esa talante la que
necesitamos.
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