“No me voy a rendir nunca, si tengo que
seguir peleando, voy a seguir peleando”. Esas palabras llenas de convicción, daban
vueltas en mi cabeza, mientras de fondo escuchaba la conversación y un clamor
constante de mujeres que repetían casi al unísono: “una moneda joven, usted la
prometió”. El sol ya no quemaba como cuando hicimos cola para entrar y hasta
soplaba una brisa agradable que acompañaban mis pensamientos.
Tenía la misma sensación de satisfacción
de meses anteriores, cuando entré por primera vez, con la diferencia de que
ahora ya no me estremecía ver esas mujeres mendigando unos centavos, ni me
impresionaban los presos usando chalecos de “Disciplina” que se ofrecían de “Taxi”
para guiarte hasta el destino a cambio de unas monedas.
En Palmasola todo se reduce a un par de
monedas con palabras que se repiten de memoria: “joven, yo con mucho respeto lo
saludo y me ofrezco a llevarlo”, “joven, yo con mucho respeto le pido alguna
moneda que le incomode”. Palmasola, al igual que nuestros hospitales y
escuelas, refleja nuestra profunda pobreza. Si queremos ver el estado de
nuestra sociedad, basta con hacer una visita y sentir la condición inconclusa y
precaria de nuestras instituciones. Es, realmente, un ejercicio por demás de
saludable, que no se puede practicar ni imaginar entre las luces de los centros
comerciales ni en los números oficiales sobre nuestro crecimiento económico.
Salía de visitar por segunda vez a Zvonko,
a quien le acababan de negar (de nuevo) un derecho básico: poder defenderse en
libertad. Ya todos lo sabemos, pero así como él no se cansa de pelear, yo no me
voy a cansar de repetirlo: hace más de 7 años está detenido sin sentencia ni
pruebas. He escrito decenas de veces las cualidades que veo en él, pero no está
de más repetirlo; Zvonko está forjando un liderazgo auténtico, necesario y
precioso desde los rincones más oscuros, donde viven los olvidados y
marginados; liderazgo del cual nos vamos a beneficiar todos los ciudadanos que
anhelamos una política de principios.
Estoy convencido de que las personas
inteligentes y valientes sacan lo mejor de los peores momentos; ese
precisamente es Zvonko, un tipo que saca la sonrisa en medio del sufrimiento y
que aprovecha su desgracia para trascender en la memoria colectiva y ser
ejemplo para su familia y extraños como yo, que se conmueven con el idealismo
de las causas justas y que aman la Justicia Poética, que en este caso está cada
vez más cerca de alcanzarse.
La hermosa tenacidad con la que Zvonko
defiende sus ideales lo agranda y lo hace visible a los ojos de todos. Él está
incomodando a mucha gente, porque no se cansa y consigue fuerzas de quién sabe
dónde. Zvonko incomoda, porque pone sobre la mesa, no solo los defectos y
vicios del proceso que lo priva de libertad, sino que también hace visibles
temas como la retardación de la justicia, la corrupción y el estado de nuestras
instituciones públicas.
Cuando le niegan la libertad, sus
carceleros gozan de victorias con sabor amargo, porque saben que su preso es
cada vez más difícil de esconder; ya no entra en las consciencias de las mentes
malvadas ni en la de los indiferentes. No tiene nada que perder y tiene todo
por ganar. Dice que no se va rendir nunca y que si tiene que seguir peleando, va
seguir peleando. ¿Qué hacemos con este hombre de alma inquebrantable?, se preguntan
incómodos los que orquestan el accionar de la mal llamada justicia boliviana.
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